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El tiempo consigue siempre darnos margen para poner al día algunos asuntos que teníamos pendientes desde hacía ya. El tiempo no cura ni ayuda, si no quieres. Como para todo, se requiere una pizca de voluntad. Sin ella, alzas la vista al cielo y ves al mundo dar vueltas, como esas escenas de las películas en que la cámara gira alrededor de un personaje.
Sin embargo, seguimos teniendo problemas con eso de crecer. Cuanto más queremos hacerlo, más sentimos que topamos contra algo que nos impide seguir. Pero cuando no lo piensas, te ves dejando de hacer cosas que antes te contentaban por cualquier razón que te hace fruncir el ceño al decirlo. Puro engaño. A veces creo de verdad que ponemos todo el empeño del mundo en no dejarnos ilusionar más.

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He tenido esta noche el universo entero encima de mi cogote y no he sentido nada. Mentira. He tenido un pedazo de cielo oscuro y pequeño delante de mis ojos y no he sentido nada. Casi cierto. He sentido nada, en este caso nada es todo lo que preferiría obviar. Pero ha sido tan desbordante que... Se ha derrumbado encima de mí, ha vaciado su contenido estelar y me ha hecho una herida que no sé localizar a pesar de su profundidad. Y en este instante me libraría de cualquier pensamiento que no estuviera a la altura, pero he de arrojarlo también, como algo importante que se vuelve deshecho cuando te has cansado ya de convivir con ello. O porque falta espacio y algo hay que tirar. He visto toda la claridad que puede alumbrar una noche, sin confundirme con la atmósfera lumínica urbana. Mentira. Quizá no. Sí, me sigo recuperando de lo diminuta que me he percibido, intento crecer y la gravedad me hace chocar con el suelo, lo real, las decisiones, los problemas y lo simple que es todo si le quitas el sentimiento que lo complica.

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Aterrizan por un momento los pies y la tierra me rodea, yo soy la isla de un estéril mundo, me encuentro en el medio de yo sé perfectamente qué, yo sé perfectamente dónde. Mis pies efervescentes se intentan desplazar a pesar de mis órdenes mientras las manos se descruzan lentamente, me deshago de esta sensación de culpa. Me desnudo por completo de muros e impedimentos, me muevo y tomo aire como quien sale a la superficie tras aguantar la respiración un rato bajo el agua. Noto calambres en los dedos y energía salir por cada uno de ellos después de enervar todo mi cuerpo, mi mirada se eleva y se clava en el cielo, me engancho y me cuelgo de un punto cualquiera en él porque cualquiera me vale, y rozo la inmensidad...

Aterrizan mis pies en la arena con rabia y el agua pronto comienza a rodear mis tobillos de forma violenta; calculo que a este ritmo pronto no conseguiré verme las piernas. No puedo apartar la vista del mar que pretende sumergirme en su interior, es un amor que no sé si es correspondido, es un castigo por yo sé qué y sólo yo sé la razón. No me resisto a su furiosa justicia, el lugar en que me encuentro lo he elegido yo. La veo venir, enorme, paciente, sabe que no tiene cosquillas, que luchar contra ella es de locos. No sé pensar bien a pocos segundos de ser arrastrada. Sin resistencia, cierro los ojos, escucho el estruendo que genera a pocos metros, abro la boca, cojo aire, lo retengo y me abandono, 3, 2, 1...

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Hay tres cualidades de las que carezco y que admiro hasta la saciedad en las personas: la determinación, el valor y la fuerza. De ellas dependen otras tantas porque vienen de la mano. Así que creo que si posees estas cualidades o cualquiera de ellas de alguna forma desarrolladas, puedes llegar a dónde te propongas.

determinación.

(Del lat. determinatĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de determinar.

2. f. Osadía, valor.


valor.

(Del lat. valor, -ōris).

1. m. Alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase.

2. m. Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. U. t. en sent. peyor., denotando osadía, y hasta desvergüenza. ¿Cómo tienes valor para eso? Tuvo valor de negarlo.

fuerza.

(Del lat. fortĭa).

1. f. Aplicación del poder físico o moral. Apriétalo con fuerza. Se necesita mucha fuerza para soportar tantas desgracias.
(No me refiero, por supuesto, a la primera)

~ de voluntad.


1. f. Capacidad de una persona para superar obstáculos o dificultades o para cumplir con sus obligaciones.

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Somos muchos a los que nos hierve a diario algo en el cuerpo, la necesidad imperiosa de expresar sin tener que hablar; sacar lo que nos sobra dentro, como si se tratase de magia, a través de las manos y, por supuesto, de una lente fotográfica o de las palabras. Somos muchos los que sentimos placer enfrentándonos con una página completamente impoluta y vacía, sabiendo que de ahí puede salir cualquier cosa. O bien escuchar el sonido del obturador hacer click tantas veces como ideas deambulan por tu cabeza. Plasmar desde cualquier o cada una de las perspectivas cualquier realidad de tu vida, en dos líneas o en cien, a color o en blanco y negro, en narrativa o en forma de poesía, a veces mejor o peor, el caso es liberarte. Y de la forma que expreso no es más que todo mi universo; digo que no es más pero para mí lo es todo, todo lo personal (e intransferible) que puede dar Marta, todo lo que no sé decir cuando hablo, hasta con la persona que más quiera y confíe de este mundo. Lo que yo hago, no es para ti, aunque expresar suponga que en la comunicación ha de haber un emisor de un mensaje y alguien que lo reciba. Tú lo recibes, pero sigue sin ser para ti, porque hacerlo supone algo mucho más profundo que coger un bolígrafo o una cámara y tomar la actitud de a ver qué sale hoy, al azar, sin intención. Por tanto, yo emito y yo recibo, y lo que recibo es lo mismo pero en frío, razonado, masticado, lo que contribuye a que me calme. No es un mero hobby; es una acción terapéutica, es una cura para la enfermedad del que se calla las palabras, es una liberación, es algo que soy, es una adicción, un placer, un motivo importante, un lugar donde me siento segura, un sentimiento mejor.
Ahora entenderás cuando digo que, lo mío te llega a ti, pero sólo es posible que sea mío.

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Hay equilibrio en cualquier cuerpo. Por haberlo lo hay hasta en las mentiras. Mi equilibrio dista del tuyo en que no se da cuando ha de darse, sino que es un equilibrio desequilibrante. Ya sabes a lo que me refiero, sabes el secreto de mi funcionamiento. Es tan simple que resulta incomprensible para quien no lo haya vivido.
Todo mi equilibrio lo contengo en una parte de mi cuerpo que dejó de ser localizable desde el momento en que me tuve en pie por primera vez. Con todo el tiempo que he pasado averiguando cosas de este mundo, se ha ido achatando y cambiando, a medida que la vida me iba pasando. Se ha hecho pequeño, del tamaño de un grano de azúcar, perdido en mi cabeza. En eso también difiere del tuyo.
Siempre pensé que necesitaba una simbiosis de equilibrios para sentir que caminaba más recta y perfecta, para no notar que el mío era más un defecto que un mecanismo, el cual había dejado de hacer su función en mí. Lo cierto es que quisiste prestarme el tuyo y fue cuando cai en la cuenta de que no quería nada de ti. No es que no congeniasen, es que no necesitaba que nadie me hiciera sentir lo que no era, una persona incompleta.

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Soy muy fuerte, mucho más fuerte de lo que jamás hubieras pensado. Igual me pegas y me duele, pero tengo fortaleza para aguantar una y mil veces más. Soy fuerte aunque parezca débil y mire siempre hacia abajo. Lo soy porque he soportado bastante, porque he sufrido por gente asquerosa, por cosas que no elegí, por momentos que no evité. Pero sigo intentando las cosas y sigo siendo igual de tonta que hace algunos años, lo cual es bueno en parte, porque tanto no han podido conmigo. Soy fuerte, no tanto como gente de mi alrededor, pero lo soy y algún día lo seré mucho más. Porque soy grande y me voy a levantar siempre, porque nadie va a pisotearme, aunque reaccione en el último momento. Porque no voy a dejar que nadie me haga sentir mal de ahora en adelante, porque voy a morirme un día sabiendo que hice las cosas bien y me defendí de los golpes como pude. Porque puedo y así lo he decidido, elijo ser fuerte, aunque a veces tenga que venir alguien a recordármelo.

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Y todo parece ser pero no se sabe a ciencia cierta. Porque lo que es se suele confundir con lo que quieres ver y con lo que parece que es. Pero nunca estás seguro. Porque de tan sólo pensarlo te puede el terror. El miedo de no tener certeza de absolutamenta nada, ni siquiera de la vida o de la muerte, que son realidades desconocidas. Real pero tan jodidamente ajeno.
¿Y el resto?
El resto se pierde entre nube gris y nube negra preludio de tormenta. O eso parece.

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Obviando los matices se aprende a dibujar a grandes rasgos.
Ignorando pequeñas porciones de realidad.
Desatendiendo los detalles vitales.
Omitiendo los surcos y formas.
Sorteando los colores.
Burlándote.
Borrar.
Huir.
Y olvidar.

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Contigo descubrí a Marta. Marta tranquila, Marta sosegada, Marta paciente.
¿Esperanzada?
Despejada. Contigo fue, contigo una tarde, otra tarde, y otra...
Allí donde sola no aprendía lo terapéutico que hay en sentarse, con los últimos rayos de sol del día, y dedicarse a la gran tarea de mirar. Contigo comentando a un lado. Tranquilo, sosegado, paciente.
¿Feliz?
Pero el invierno barre lo que las personas no consiguen matar por sí solas. Entonces es cuando uno decide si se quiere ser más fuerte.
Entonces, descubrí a Marta. Inexpresiva, decepcionada, confundida.
Marta sin ti.

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He llegado tan lejos sin tu ayuda. He vivido tanto y tan intensamente sin que seas partícipe de ello, sin tenerte al otro lado de la orilla facilitando o entorpeciendo mi camino. He hecho tanto sin necesitar tu vida directamente perpendicular a la mía, sin tu compañía.

Pero me vas dinamitando los muros, como tú sabes, muy despacio. Y yo me voy haciendo vulnerable, sólo como yo sé, sin remedio, y me voy rindiendo. Sin entenderlo, sin quererlo... de verdad, no lo necesito ahora.

Y volver a depender inconscientemente de algo, y creerme que soy mejor contigo, y pensar que con tu mirada puedo llegar más lejos, y sufrir por tus ausencias, y que mi ánimo dé vueltas a tu manzana, y que la vida sea mejor o peor si despierto a tu lado, y creer en un momento dado que he perdido mi cerebro, y mi voluntad girando con la tuya, y que mi cabeza vea un futuro compartido, y pensar en par más que en unidad, y creer que todo es para siempre, y que todo brille más, y perderme por completo.
Y todo eso que había olvidado o no quería recordar.

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Estoy justo en el medio de tantas cosas y lo único que quiero es no pensar y lo que quiero hacer es nada y me falta tanto, tanto, para llegar a algún lugar...

Lo que quiero decir es que te echo de menos, a mí manera, como siempre.

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La persona A coge las llaves, mira el reloj con recelo y sale de casa. Son las 9:17. Varios kilómetros más al norte, en otro punto de la ciudad, la persona B se dirige a la boca de Metro más próxima no sin antes parar de camino en el estanco a comprar tabaco, pero hay cuatro personas delante así que le llevará más tiempo del que pensaba. La persona A camina por las calles a paso acelerado. Al llegar a la altura de la parada del autobús que podría coger mira hacia atrás por si a éste le diera por doblar la esquina en ese preciso momento, pero no hay suerte y sigue caminando. La persona B baja las escaleras del metro sin prisa, busca el abono en el caos de su mochila perdiendo así un par de minutos más. Al fin lo encuentra y se dirige al andén de la linea 6 con dirección a Moncloa. Se cruza con una marabunta de gente con prisa que sube las escaleras y sabe que acaba de perder el tren. El siguiente pasará en tres minutos. La persona A sigue bajando la calle saltándose la mayoría de los semáforos en rojo y acelerando el paso, llega tarde y a pesar de que odia correr, ha de hacerlo. En apenas unos minutos está ya en Moncloa, cruza el primer paso de cebra y se dirige al segundo que está en rojo y siempre tarda más. La persona B se baja en la estación de Moncloa, sube distraída las escaleras mecánicas que le conducen a la salida del intercambiador nuevo y se dirige a cruzar pero el semáforo está en rojo así que se para detrás de unas cuantas espaldas desconocidas. La persona A se encuentra a menos de dos metros de la persona B. Ninguna se ha visto todavía, pero lo harán cuando se suban al autobús que les llevará a la Facultad. Se reconocerán. Sería el comienzo de algo. Probablemente si A hubiera llegado a Moncloa en autobús lo hubiera hecho mucho antes que B, y no se cruzarían por primera vez en bastantes meses. Si B hubiera cogido el metro que perdió entrando un minuto tarde a la estación de Sol, tampoco hubiera estado en ese semáforo a las 9:45. No hubieran coincidido en el mismo momento de sus vidas. Porque a veces las cosas tienen que pasar, aunque nos neguemos a creer que no ha sido por puro azar y porque, simplemente, a veces lo que queremos que suceda, sucede.

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Te levantas con la sensación de pertenencia a este mundo dormida y, con toda las pretensiones de normalizar la situación, la vida se vuelve incontrolable. Empiezas a atrofiarte por dentro. Hasta que te confundes con todo, hasta que te vuelves reversible. Casi lo que no podrías ser. Lo que no existe. Pero estás ahí sin explicarte cómo, con los sentidos danzando por encima de tu cabeza, y un sentimiento de irrealidad que te produce una desesperación que para ti ya no es desconocida.

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Tal cual. Rotos y fríos y pálidos, yaciendo donde han sufrido el impacto. Desamparados, sin arreglo, perdidos y maltratados. Sin función, quebrados.Como a veces las palabras. Como los sentimientos. Las miradas. Las caricias. Las intenciones. Los deseos. El cariño. Las esperanzas. Sobre todo, las esperanzas.

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Hay cosas en la vida que sí... y cosas que no. No voy a ser capaz de explicarme mejor en este aspecto. Creo que estoy a miles de años luz de conseguirlo. Lo pienso y nada. Lo siento y nada más, si cabe. Soy la cosa más absurda que he visto en años. Fuga de ideas. Ojalá lograra poner los pensamientos en su sitio cuando debo expresarlos. Entonces, sí. Únicamente de esa manera. Poner mis tres sistemas en orden. Equilibrio, pero no de éste, sino del sano.
Hay cosas que te cambian la vida. Y ya no vale un sí ni un no. Te explicas como puedas o te alejas de lo que conocías. Sigo siendo absurda, pero un tanto por ciento más sabia. Y bastante más triste.

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Voy a empezar a ser un poco más yo y un poco menos esa persona que lleva estancada en mí como ocho años.

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"Todo el amor que diste te será devuelto" o algo parecido dicen por ahí. Yo no entiendo demasiado de amor ni de deudas, pero no estoy de acuerdo para nada con este planteamiento. No creo que a nadie nos pongan la daga en el cuello a la hora de dar algo, sobre todo a la hora de dar amor. De eso se trata, se supone. Ha de ser desinteresado porque sino no es amor, me parece. No es una opción, es un hecho. O quieres o no quieres, pero nunca a medias. Y nadie te debe nada por ello, nada te asegura que lo vayas a recibir en la misma proporción. Mucho menos de la persona que pretendes que lo haga. Porque, simplemente, no funciona así. Y sí, ha de ser simple. De esas cosas que se saben, que huelen, que te impregnan el ser y el no ser y todo lo demás.

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Voy a echar la vista atrás tan sólo un rato por hoy. Me sitúo donde ahora ya no me reconozco. Lo veo todo desde arriba, fuera de la escena pero, a pesar de todo, entiendo lo que ocurre y por un instante siento lo que sentí. Han pasado tantas, tantísimas cosas, que no sé por dónde empezar. Supongo que por la gente de la que me acuerdo aún de vez en cuando, las relaciones que no he olvidado o no he conseguido superar, de las que en cierto modo me persiguen o dejo que lo hagan. Y me acuerdo de ella, de la chica nueva que cruzó el charco tres años después de que se convirtiera en mi mejor amiga a los trece años dejándome totalmente perdida, la que ahora trato como una desconocida. Me acuerdo de él, del primer chico que me descubrió el mundo de los besos adolescentes y el daño que le hice al final, por inmadura. Me acuerdo de los fines de semana alternados que pasaba con mi padre. De las indeseables que me hicieron pasar uno de los peores años de mi vida. Las primeras discotecas, los exámenes del colegio que nada tienen que ver con los de ahora, el irse definiendo en estilo y música, las broncas con mi hermana, los cines y Mc Donalds y pronto en casa, el mundo aquél... que parecía tan real y no lo era. Parece que han pasado como cientos de años, odio cuestionarme el "y hubiera sido diferente si...". Añoro muchas cosas, lo fácil que era algunas veces, la seguridad del saber dónde estabas, pasar el tiempo con ciertas personas. Pero a pesar de todo no creo que volviese allí, a la niña con aparato y gafas, al ver la vida brillante y después saborear la cara opuesta. Echo la vista atrás porque llevo tanto tiempo evitándolo que no puede ser sano. Porque para bien o para mal eso fue todo lo que me ha traído aquí.

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Es como ser un extraño dentro de ti mismo y un poco esclavo del mundo. Así es cómo te veo. No sé si te acabas de reconocer en lo que haces; yo no te reconozco en las palabras que dices. Veo a ratos esa independencia de la que presumes. Te mueres por ser sincero para acabar con tanta estupidez pero nunca te acaba saliendo, tan sólo una sonrisa, asentimientos y movimientos de cabeza sin ningún fin aparente (cobarde), tan sólo el de dejar que las cosas sigan su curso sin que piensen que eres un animal. Pero deseabas serlo porque es lo que se ajusta más a ti, es el tipo de papel difícil que te gusta, porque para hacerlo bien puede costar demasiado y eres una persona amante de los retos. Sin embargo, en escena, te muerdes la lengua traicionándote a ti mismo una vez más y, de nuevo, sonríes por dentro pensando que en el fondo es divertido que haya tanta gente ingenua (e idiota) suelta por el mundo. Parece que te inspira. Aunque pecas de neutral y de apariencia dura. Me gustaría que te sintieras tan perdido como otros, tan fuera de lugar, para que te dieras la oportunidad de conocerte más a fondo porque no acabo de creerme lo que dices que eres. Precisamente porque lo dices, desde el primer día. No se puede descubrir nada, parece que 'lo que ves es lo que hay'. Y siempre hay más. Te siento como un extraño a pesar de todo este tiempo.

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