Anoche soñé contigo, viejo amigo. Me diste la mano en sueños y algo en mi realidad se ha estremecido. Hacía tiempo que no te recordaba, que no te veía sacándome pesetas de las orejas o chocolatinas de debajo de la mesa. Me sorprende acordarme de cada detalle de tu casa y lo poco que me gustaba ir, porque era antigua, grande y fea. Solía esconderme mientras veías la televisión, sentado donde siempre, con el bastón a un lado y las gafas con los cristales más gruesos del mundo. No me acuerdo de cuándo te perdimos, no recuerdo la última vez que te vi, pero sé que aquí siempre has faltado, desde que mi madre me llamó una tarde diciéndome que te habías ido al cielo. Me odio en estos momentos, por haber pasado más tiempo jugando bajo la mesa que escuchándote hablar de tus negocios, de tu pasado, de tus aventuras de militar. No pensé que te irías tan pronto ni que algún día tonto como hoy, me ibas a tocar la mano que no dejaba que me estrujaras cuando aún estabas ahí. No puedo dejar de pensar que hayas vuelto a mí por algo, que si te he podido sentir en sueños, ¿podrías haberme sentido tú a mí desde allí? Porque espero que de verdad estés en algún lugar del cielo, donde puedas seguir sacando sonrisas con tus trucos de magia de abuelo.