Cada paso que das es más exagerado, menos comprensible. Vas volviendo a un lugar que no es desconocido, donde hay más estratagema que verdad. Dejas la luz encendida, no quieres volver, es la enfermedad del tiempo. Has entrado en su vida con esa dulzura que atraviesa el corazón y hace parecer su cuerpo idiotizado. Quisiera dejar de esperar constantemente la guerra, quisiera a veces volver a ser espectadora. No ser la tristeza extendida de una ausencia. Volver a contemplar la obra, cuando aún no te ha roído las arterias. Cuando aún la sonrisa conformista no es la prevista al conversar. Cuando la sorpresa no supera las expectativas. No disputarse las traiciones, o palpar la enemistad con el eco de los pasos. Esos que van tan lentos, esos que ya no reconoces, que no son tuyos ya, que no tiene intención, que se resisten y se entornan, que estás dejando de dar.