Onzas de chocolate

Me estaba mirando con una lucecita pícara en los ojos. Es tan pequeña y sumamente lista cuando se se trata de persuadir, pero yo tengo más años de experiencia… Me dedica su tono de voz más dulce lo que provoca en mí la necesidad de abrazarla como a un peluche irresistible. Definitivamente, no tengo autoridad o ella me la desarma de un astuto golpe. Sé qué es lo que está buscando y, por desgracia, no son mis abrazos aunque siempre me los ha devuelto como si le fuera la vida en ello, cosa que me ablanda aún más el corazón. Su boca ofrece una pista y es que tiene las comisuras de los labios teñidas de un tono marrón chocolate lo que hace que me ría y que ella se impaciente un poco más. Me gusta tener el control de vez en cuando. Como juego con ventaja, le pongo la mejilla y me da un besito que seguro me ha dejado el carrillo manchado de chocolate, pero creo que se lo ha ganado y emprendo camino hacia la nevera para darle un poco más mientras ella me sigue dando saltos de alegría. Qué fácil es hacer feliz a una niña de siete años (y a su hermana de veinte).