Soy fuerte. Soy grande, tan grande que no puedes conmigo. Volver y no dudar, levantar la mirada, no temblar. Lo tuve todo para vencer, lo tengo ahora. Pero antes no lo entendía. Hice ver a los demás su potencial, ignorando el mío. Soñaba con incapacidades, tenía los músculos reblandecidos, pesados. Mi cerebro ponía las negativas, mi cuerpo se encorvaba más y más. Me hacías pequeña y elegí que eso me afectaría. No te equivocaste señalando los defectos pero hubo más de un instante en que creí que eso era un impedimento. La solución está dentro, no el problema. Nunca me hiciste fuerte, porque siempre lo fui. Tienes suerte, porque a pesar de todo tengo la conciencia despejada, como mi porvenir. 
Esto, a diferencia de como hace un tiempo solía ser, ahora es la última vez que es para ti. Cuando queremos, nos permitimos ser demasiado considerados con personas conocidas que acaban pareciéndose a otras que odiarías. Lo peor es tener que olvidar a una persona que aparentemente ya no existe. Pero, ¿cómo podría existir? ¿Quién podría ser el mismo?
Sin embargo, lo peor sigue siendo asumir que esa porción del pasado que te pertenece, acaba viéndose desde esta perspectiva, como un sinsentido, un cúmulo de surrealismo, un cuadro de Dalí que acaba partido en dos pedazos, separados hasta que se va pudriendo poco a poco, con el tiempo.
No hay vuelta atrás, sólo para volver a la infancia egocéntrica, preguntarse por qué el mundo sigue siendo el mismo mientras uno siente el alma descompuesta, tan injusto que permita pasar por lugares que deberían estar vallados de por vida.
Estupidez, al no avanzar ni siquiera meses después con el insomnio, los nudos, los pensamientos intrusivos, y la desazón al ver vacío un cuarto que antes rebosaba de recuerdos, que ahora han sido secuestrados en un rincón recóndito del cual no puedes esconderte, porque vayas a dónde vayas va a estar ahí, incluso yendo hacia adelante, en ese futuro que ya no tendrás.