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No hay demasiada utilidad en coger una regla y medir un trozo de papel. La habría si el trozo de papel representase un sentimiento o algo que no se pueda ver a simple vista, pero que a veces es importante medir. Las medidas de lo que no existe. Más bien, de lo que existe pero no es observable. Para saber qué sientes exactamente, para saber hasta dónde puede llegar lo que siento yo. Para saber la longitud de un pensamiento, por si es tan largo que pueda lanzarlo por una ventana y que llegue a ti, como un puente. O que no tenga medida y no sepa cómo controlarlo, que se me vaya de las manos. Todos los centímetros de tu piel bañados en distancias, todos los míos envolviendo algo que no sé explicar (ni medir). Y además de sin medida, sin remedio.