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Que somos montañas rusas de sentimientos, es algo que hemos comprobado todos en incontables ocasiones a lo largo del tiempo que llevamos en el mundo. Que no se puede juzgar a nadie sin conocerle, es algo que sabemos pero que nos cuesta porque requiere un esfuerzo, el esfuerzo de no dejarse llevar por la visión y la experiencia de cada uno.
Es dificil ser imparcial cuando algo cae en nuestro campo de acción, en nuestro círculo. Nos afectan las cosas. Somos diferentes pero igualmente vulnerables al dolor, y a la felicidad. Pasamos por ambos estados entre otros cientos, como pasamos por la vida dejando pequeñas huellas en papeles, en gente, en recuerdos.
Nos encantan los detalles, a unos les emociona darlos y al resto, recibirlos... pero igualmente capaces de sentir nos deshacemos en lágrimas, nos morimos de risa o nos invade la rabia, según el momento.
A pesar de que somos tan iguales en tantos sentidos y lo sabemos, sigue para algunos resultando muy dificil pornerse en el lugar de otra persona o simplemente, interesarse por las razones de cualquier conducta ya que siempre hay algo que la mueve y es crucial para establecer cualquier tipo de juicio que no sea erróneo.
Nos apresuramos siempre, nos encanta hablar, nos alimentamos el ego porque cualquier razón es válida, nos equivocamos mil y una veces, nos bañamos en excusas y nos tapamos los oidos. Y es que es tan fácil nublar la vista y cerrarnos a todo tipo de señales y pequeñas muestras de cualquier prueba alrededor que ofrezca la posibilidad de que tengamos un punto de vista alejado de la realidad cuando (pensamos que) estamos realmente hundidos o cuando, simplemente, las cosas no van bien o, mejor dicho: como queremos. Y es que nos hemos olvidado del bien y el mal. Tan sólo cuenta lo que uno quiere ver.
El ser humano nunca deja de ofrecer ejemplos de lo egoista y contradictorio que puede llegar a ser.