...

El negro, pues eso. Se define por la ausencia de luz y color. A veces soy un poco así, sobre todo en días como hoy. Otro día que pasa dejando intensos sabores de sentimientos tan positivos como negativos, si eso es posible. Días que pasan simple y llanamente llenando todo de una relatividad de ésta que te sitúa al borde de un lugar extremadamente alto siendo presa del vértigo y sabiendo que, a pesar de que la suerte va a seguir manteniéndote de pie al borde, vas a sentir como tu cuerpo estalla en cien tipos diferentes de miedo. Miedo a caer, a perder, a tener que dejar atrás a alguien, miedo a tener miedo. Y si no te caes es porque hay algo que te sostiene, decir lo contrario sería mentir y también muy egoísta, y nunca me he considerado una persona de ese tipo aunque habrá opiniones para todos los gustos. Pero yo estaba hablando del negro y de cuando todo se vuelve un poco de este modo rozando la falta de sentido y sin tomar conciencia de este hecho ni apenas percibir el cambio a través de ningún sentido que te conecta con el exterior. Todo por dentro, más allá de cualquiera que te toque y mucho más allá de todo el que te mire, sobre todo si esos ojos no saben hacerlo. Absorbiendo todas las longitudes de onda del mundo y reflejando ninguna porque quizá se ha olvidado de como hacerlo. Negro. Negro que no es capaz de cambiar su composición. Un algo que no es nada, no se ve nada y no te aporta nada. Soy un negro carbón nada elegante que a veces se calla pero no significa que no tenga nada que decir, porque dentro puedo poseerlo todo. Soy un negro sin tiempo que se parte en dos de impotencia al ver que es capaz de perderlo todo tan sólo por haber guardado demasiado bien lo que conserva y que reposa en su interior, un universo acromático que ya conozco y que no es para mí sino para otro universo que se esconda en el interior de otro color que sepa comprender de donde nace todo este sinsentido que vomito...
Pero no pasa nada, sólo es negro. El negro es bonito.