Lluvia

El manto gris llegó sin avisar y lo cubrió todo con lágrimas de madrugada. La luz de las farolas acariciaba mis torpes pasos sobre el asfalto y mi sombra, a pesar de estar pegada a mí y ser ya una amiga, no me hacía más compañía que esas tristes gotas que sentía caer por mi mejilla.
No me importó mojarme, no suele... y esa noche lo agradecí más porque pensé que tal vez mis pensamientos se escurrirían y terminarían en charcos que dejaría atrás sin más. Pero sólo se agrandaron y consiguieron calarme más a fondo. Entonces, caminando sola lo que parecía una eternidad rumbo a esconderme bajo las sábanas, ese único lugar en que me siento a salvo, no pude evitar hundirme en lo que parecía un océano espeso de color petróleo, porque aún sin poder abrir los ojos, sentía esa oscuridad invadirme los huecos que todavía en carne viva me llenaban el corazón.
Sumida en esa tormenta que yo sola me había formado... y deseando tomar otro camino o simplemente, robar a otro cualquier destino... por fin llegué a una puerta familiar, unas escaleras que conocía pero que me costaba subir. Una voz lejana y ausente, como de otro tiempo, hace mucho... me deseó "dulces sueños" y las lágrimas volvieron a surgir con más fuerza que antes y sin saber por qué... Porque supe que no habría sueños, pues hace tiempo me abandonaron por mi incapacidad de sostenerlos. O porque sentí que, a pesar de todo, había algo o alguien que estaba conmigo incluso la peor de las noches. Y creí no merecerlo.
Después pasó... Me rendí al agotamiento y me dí una tregua. Al despertar las lágrimas ya no estaban. Incluso creo que soñé...