Mi cabeza.

¿Verdad que no fui yo? Admítelo. Yo no lo hice. Yo no acabé con esto. Yo no acabé con nosotros. Yo no acabé contigo. ¿Por qué me miras así? Reconoce que una parte de la culpa fue tuya. Una parte bastante grande de ella. Podría decir que te lo buscaste y lo sabes. No digas que no, no seas cobarde. No me mientas a la cara, no fui yo. Ni tú ni esa mirada hacen que me sienta culpable. No tengo remordimientos. No sueño contigo, ni con esa mañana, ni con tus ojos. Tus ojos. He conseguido olvidarlos, he conseguido que no se me claven más en la nuca. Ya no me arañan la vida. Me he quitado un peso de encima, lo he hecho, aunque no lo creas. Aunque creas que fui yo la culpable. Es mentira. Te hablo y no respondes. Te odio. ¿Por qué no contestas? ¿Crees que puedo vivir así? Claro que puedo, pero necesito que me digas que hice lo que debía. Que no me quedaba otra opción. Responde, ¡vamos! ¿Quién te has creído? Cierra los ojos, ¡venga! No hagas que vuelva a perder la razón. No hagas que acabe con esto. Otra vez. Pero yo no he sido. No hablas porque sabes que estoy en posesión de la verdad. Imbécil. Siempre te he odiado. Y ahora te odio por no responderme. Cobarde. Te lo mereces, te lo buscaste. Y tus ojos... ellos lo saben. Guardan el secreto. ¡Habla! Vuelve. No. Basta... Deja de sangrar encima de mí, no me contagies de tu persona. No te soporto por mancharme y, sin embargo, no puedo soltarte. Y cada noche vuelves y no parpadeas. Odio tu cuerpo pesado y frío. Odio tus manos muertas. Vete. Y no me mires así.