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Ella llevaba mucho tiempo hablando de él por escrito, desde el primer día. Era de esa clase de persona que prefería su compañía antes de reconocer que él nunca concedió demasiado interés a este tipo de inquietudes a las que ella confería una importancia quizás excesiva para tratarse de un modo cualquiera de invertir el tiempo.
Estas carencias se compensaban, a su modo de ver, con otras muchas virtudes que él poseía y que a ella le hipnotizaban, incluso llegando al punto de preguntarse cientos de veces qué era lo que le animaba a seguir con ella pues siempre que se veían le nacía un nudo en el estómago que no le permitía ser ella misma. Miedo escénico o miedo... sin más.
Esta incapacidad traía su correspondiente consecuencia en forma de lágrimas que duraban hasta varios días después mientras recordaba ese sentimiento de impotencia al intentar que todo fuera bien sin éxito, lo que aplastaba su autoestima y la reducía a algo insignificante. Pero él siempre terminaba volviendo a ella ante la creciente desconfianza de ésta, desconfianza que tenía que haber surgido mucho antes juzgando los acontecimientos que se darían a partir de aquel momento. La historia se volvía a repetir.
Y aunque ha pasado tiempo desde aquello, ahora escribir se ha vuelto más importante todavía, pero ya no lo hace sobre nadie. Intenta dejar espacios en blanco cada vez que siente ganas de decirle algo (porque las ganas son tan fuertes que le arden) aunque él jamás tuviera medios de leerlo. Pretende hacer ver que se siente liberada pero en realidad está desconcertada y guarda algún ligero rasguño en la piel, pero eso es algo que tampoco nadie sabrá.
No puedes entregar a alguien en quien no confías algo tan valioso como debería ser el tiempo que dedicas a tu vida.