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No paran de hablar, sólo se escuchan sus voces resonando en las fachadas, y no dicen nada. Pero igualmente se quedan sordos y llenan de orgullo sus vacíos creyéndose lo que sueltan por la boca. Hablar por hablar, pues les aterra lo que el silencio tenga que decirles. Dicen barbaridades sobre lo que no conocen, critican por el mero hecho de sentirse mejor consigo mismos, pero esto no refleja más que sus propias inseguridades. No miran más allá de sus propios puntos de vista, buscan a otros de su misma calaña para oir de ellos lo que quieren y así sonreir satisfechos, pues de este modo creen que dormirán tranquilos. Y lo harán, y se levantarán con ganas de seguir vomitando lo primero que se les pase por la cabeza con tal de ir quedando bien con aquellos con los que se irán cruzando por la vida, mientras que a otros nos irán pudriendo los tímpanos con tanta palabrería con la que me resulta raro que no se hayan atragantado ya.