...

Y ahora sí, digo basta. Creo que sabes cómo me siento; imagino has querido decirlo tú en demasiadas ocasiones pero nunca reuniste el valor para hablar un poco más alto que los demás. En el fondo nos parecemos un poco tú y yo aunque no lo reconoceremos nunca en alta voz.

Sé que muy mal debes de estar como para haber explotado a estas alturas cuando normalmente hubieras tragado. Pero ahora te encuentras en ese "hasta no poder más" que te deja colgando mirando tu propia vida desde arriba o desde abajo (¿se llama vértigo si se provoca mirando desde abajo?), que es una manera de sentir diferente que no sabes cómo tomarte (y ni siquiera sabes si podrás acostumbrarte), que es una forma distinta de echar de menos lo que tenías, que simplemente las cosas han ido así para bien o para mal y no hay más.

...

Sé que puedo encontrar la solución si pienso un par de veces el problema. Sé que me perderé ciento siete veces antes de dar con el paso que me conduzca al lugar adecuado porque, aunque no está tan cerca ni tan remotamente lejos como parece desde mis respiraciones, creo que tengo la manía de posponer las cosas que tienen el poder del cambio, de lo temporalmente estable, de lo que suponga el fin de la transición. Es tan cómodo flotar entre dos estados de ánimo y disfrutarlo sin el miedo a hundirte o estar hundida, sin más. De todas formas no existe el lugar adecuado. Tengo la certeza de que al llegar siempre prefiero cualquier otro, sea el conocido o el que quede una esquina más allá. Más bien se trata de la sensación de familiaridad o la incertidumbre de ver qué hay detrás de las puertas blindadas que llenan de pequeñas fronteras las grandes ciudades impersonales, las que nunca se apagan y nunca te permiten descanso. Me delato cuando hablo salvo cuando cuando no estáis pendientes de lo que hago, cuando no sóis una amenaza para mí, cuando me da igual que existáis en un mundo colindante. A veces siento repugnancia. Porque nunca me da igual nada, la verdad. Solo que a veces me veo cayendo en la trampa de ser, decir o hacer lo que otros esperan que sea, diga o haga. Qué más da ser tú mismo cuando las personas escuchan lo que quieren escuchar, de qué sirve un momento de felicidad si esa felicidad no es completamente sana. ¿Quién querría acaso ir llenando su vaso de instantes de placer prefabricado? O es que igual estamos destinados a ello o no damos para más. A hablar por hablar en habitaciones cargadas de humo donde a nadie realmente le gusta como sabe eso de fumar, a buscar soluciones entre frases de bestsellers con fórmulas revolucionarias para conmoverte, a pensar sobre lo que otros han pensado antes haciéndonos creer que tenemos mentes originales. Qué asco de vidas gratuitas. ¿Qué solución hay para los inconformistas?

...

Guardé todo esto, toda mi vida, conmigo. Y llegué aquí de nuevo, como si no hubiera pasado el tiempo, por si volvía a haber alguien que tuviera ojos que supieran leer, de todo menos palabras. Conseguí reconocerme, a pesar de las nuevas grietas de mi cuerpo. Era aquel ser que elevaba cada sentimiento al cubo, acabando en asimétricos lugares de mi tiempo. Y creía que era feliz y desgraciada cuando vomitaba todo aquello en papeles que entendían, congelando mi vida dentro de tinta negra perenne, sabiendo que podría romperse si en algún momento temblaba y se caía. Todo aquello que me hizo sentir ya se ha ido, se fue cuando debió marcharse, cuando tocaba aprender. Sin embargo, los recuerdos quedan y las palabras siguen ahí. Y no he avanzado nada desde entonces porque he vuelto al punto en el que empiezo a escribir porque cobra sentido, sabiendo que dentro de un tiempo todo habrá cambiado y sólo me quedará el recuerdo y cuatro párrafos que me lleven a un lugar que no sé si querré volver a visitar. Como si todo fuera un absurdo, una mentira, un chiste malo. Como si me sintiera mal volver a revivir lo bueno que viví, lo mal que lo pasé, lo que llegué a pensar de ti o lo que me hiciste sentir.