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Donde anida la tristeza, donde mi espalda reposa con firmeza,
aquel pobre escalón de un piso cualquiera, a donde nadie nunca llega.

Con la cadena atada a un pie, permitiendo un ligero movimiento
hacia arriba o hacia abajo de esta insomne escalera.

Siempre fiel a ella, el punto de retorno por excelencia,
el abrazo de un cuadrado de madera hecho para la espera.

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Dicen que las grandes ideas surgen de un encuentro con el WC. Pues bien, las mías no son grandes pero suelen venirme en la ducha y en los dos segundos que suceden al despertar. En el primer caso, el agua tiene el poder de aclarar mente y cuerpo, como una muda de piel, necesariamente curativa. En el segundo, el estado entre sueño y realidad a veces consigue abrirme los ojos, no sólo literalmente.
Después, los pensamientos se evaporan como si al desprenderles de su contexto original dejaran de poseer vida por sí mismos, como si se volvieran impensables, y reproducirlos por escrito me resulta muy dificil. Siempre conservo el epicentro, la materia prima, pero todo lo demás se ha ido, los adornos se pierden y entonces dejo de escribir porque siempre me ha resultado más dificil decir las cosas tal y como son que andarme con rodeos. Con lo fácil que sería decir que si pudiera verte cada día sería un 30% más feliz, con cara de alguien que echa de menos algo a lo que tiene que desacostumbrarse. Es triste hablar así.
Es triste que todas mis 'grandes ideas' tengan la misma etiqueta, la misma que tengo que arrancarme de la piel.

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Cambié las letras de lugar aunque jamás sonó creíble el resultado. Pero yo me lo creí porque siempre lo hago. Empecé a tragarme las palabras cuando dejé de escribirlas en tu piel. Pero yo seguí pintando con mis manos ciegas. Y di con un lienzo de piedra.

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Puedes andar, puedes andar sin parar y terminar en cualquier lugar. No importa lo cansada que estés si tus ganas son mayores. Hay caminos que llevan a cosas o personas que merecen la pena.
Quisiste hacerlo y lo hiciste. Llegaste a muchos lugares, aunque no lograste conquistar ninguno. Tocar la piel que dentro esconde tu corazón, me pareció insuficiente.
Por eso ahora sigo andando aunque hacia el otro sentido con la cabeza girada y me sigo dando golpes. Pero llegará un momento en que consiga darme la vuelta del todo y no mirar hacia atrás. Porque intentar alcanzarte es como esperar que nieve en la primavera que viene.

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Que por qué me gusta tanto. No sabría responderte bien. Igual es su inmensidad, su modesta enormidad; esa capacidad de abarcarlo absolutamente todo, sobre todo su capacidad de abstraerme. Su incesante cambio, ningún segundo permanece igual; si no lo acarician las nubes es un avión el que lo rasga, en cualquier lugar del mundo. La vida que transporta, incluyendo los ojos que buscan un lugar de refugio allí arriba. Su continuidad, el que todos los seres humanos estemos bajo el mismo, aunque no sea razón suficiente para sentirnos más unidos. Su color, sobre todo su color a cualquier hora del día; su despertar, su despedida y todo lo que va por medio. Su luz. Igual es lo que guarda en su interior, esas luces pequeñitas que salen cuando se va el sol. El mismo sol, la luna. Sus alaridos de tormenta. La lluvia, los rayos. Es todo tan diferente de lo que se encuentra aquí, que cómo no iba a hipnotizarme. Nunca se me dio bien describir esa sensación. Me preguntas que por qué me gusta tanto, mientras te observo estudiarlo como intentando descubrir un gran secreto. Me gusta porque cada vez que levanto más de dos segundos la vista, me tropiezo.

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Las luces no logran comprender, bajo un cielo que se mantiene neutral ante las diversas sintonías de los pasos que retumban en las sombras de la calle. Los cielos no se mojan, ni siquiera cuando llueve. Sólo son un consuelo pasajero para los sentidos que consiguen apreciarlo, un refugio para los débiles.
Sin embargo, hoy todo tiene su importancia. Las luces, las sombras, el cielo, la baldosa partida de siempre. Hoy todo se ha vuelto canción de vuelta a casa, canción solitaria que tan sólo quiere irse a dormir.

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Hoy voy a escribir aunque no tengo nada que decir, para variar. Como si me repitiera una y otra vez, como si entrara y saliera del mismo círculo que lleva al mismo lugar que es ninguna parte. Volver a cometer los mismos errores que antaño me destrozaron, pero se pasaron y aquí vuelvo a enfrentarme a ellos, casi sin haber ganado experiencia. Tengo curiosidad por saber dónde está mi límite, a ver hasta dónde soy capaz de llegar sin reaccionar. Quiero saber cuánto necesito pasar para no sentir absolutamente nada, para darle la espalda a todo sin mirar hacia atrás. Necesito autodestruirme. Para que sea la única forma empezar de nuevo.

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Si me ves darme la vuelta y alejarme, no pienses que ya no me importa. Lo más probable es que vuelva.
Tan sólo es temor a que pueda terminar lo que una vez empezó.
Que seas tú el que se vaya y no haya más piezas que mover, sin juegos a los que jugar ni nadie que pueda perder. Al menos otra vez. Por eso prefiero no mirarte del todo, no acabar de abrazarte. Porque así puedo tener alguna razón por la que volver, por la que volver a encadenarme. Para que no acabe jamás. Llámame absurda. Soy una absurda con alergia a los finales y se va...

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Ella llevaba mucho tiempo hablando de él por escrito, desde el primer día. Era de esa clase de persona que prefería su compañía antes de reconocer que él nunca concedió demasiado interés a este tipo de inquietudes a las que ella confería una importancia quizás excesiva para tratarse de un modo cualquiera de invertir el tiempo.
Estas carencias se compensaban, a su modo de ver, con otras muchas virtudes que él poseía y que a ella le hipnotizaban, incluso llegando al punto de preguntarse cientos de veces qué era lo que le animaba a seguir con ella pues siempre que se veían le nacía un nudo en el estómago que no le permitía ser ella misma. Miedo escénico o miedo... sin más.
Esta incapacidad traía su correspondiente consecuencia en forma de lágrimas que duraban hasta varios días después mientras recordaba ese sentimiento de impotencia al intentar que todo fuera bien sin éxito, lo que aplastaba su autoestima y la reducía a algo insignificante. Pero él siempre terminaba volviendo a ella ante la creciente desconfianza de ésta, desconfianza que tenía que haber surgido mucho antes juzgando los acontecimientos que se darían a partir de aquel momento. La historia se volvía a repetir.
Y aunque ha pasado tiempo desde aquello, ahora escribir se ha vuelto más importante todavía, pero ya no lo hace sobre nadie. Intenta dejar espacios en blanco cada vez que siente ganas de decirle algo (porque las ganas son tan fuertes que le arden) aunque él jamás tuviera medios de leerlo. Pretende hacer ver que se siente liberada pero en realidad está desconcertada y guarda algún ligero rasguño en la piel, pero eso es algo que tampoco nadie sabrá.
No puedes entregar a alguien en quien no confías algo tan valioso como debería ser el tiempo que dedicas a tu vida.