Despertar y no saber nunca qué hora es
por la oscuridad de la habitación.
Esa era la gracia, se decía. Sin horarios. 
Encender el piloto de la poesía de la mente.
Siempre cuando no hay papel cerca.
Esa era la gracia, le decían,
ahí esta la verdadera vocación.
El deseo de alimentarse de ello.
Aun considerando la compañía
de los versos matutinos exquisita,
no hizo más que echar en falta el calor humano
 entre las sábanas a primera
o última hora de la mañana.
 Esa, era la verdadera y única gracia.
El problema nunca fue tanto en dar a las personas que considerabas amigas; como en el hecho de considerar amigas a ciertas personas.