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Que por qué me gusta tanto. No sabría responderte bien. Igual es su inmensidad, su modesta enormidad; esa capacidad de abarcarlo absolutamente todo, sobre todo su capacidad de abstraerme. Su incesante cambio, ningún segundo permanece igual; si no lo acarician las nubes es un avión el que lo rasga, en cualquier lugar del mundo. La vida que transporta, incluyendo los ojos que buscan un lugar de refugio allí arriba. Su continuidad, el que todos los seres humanos estemos bajo el mismo, aunque no sea razón suficiente para sentirnos más unidos. Su color, sobre todo su color a cualquier hora del día; su despertar, su despedida y todo lo que va por medio. Su luz. Igual es lo que guarda en su interior, esas luces pequeñitas que salen cuando se va el sol. El mismo sol, la luna. Sus alaridos de tormenta. La lluvia, los rayos. Es todo tan diferente de lo que se encuentra aquí, que cómo no iba a hipnotizarme. Nunca se me dio bien describir esa sensación. Me preguntas que por qué me gusta tanto, mientras te observo estudiarlo como intentando descubrir un gran secreto. Me gusta porque cada vez que levanto más de dos segundos la vista, me tropiezo.