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Sabes que todo se pasa, que lo que hoy reposa en ti como una nube negra alrededor de tu cabeza, mañana no será más que lluvia... agua que, al fin y al cabo, se seca.
Pero, a veces, dormir no apacigua nada. Dormir puede conseguir ser la solución, si estás dormido no sientes nada, si estás dormido no hay nada que pueda hacerte daño.
Quién te arranca esa parte de ti que te quema, si no sabes situarla físicamente. Si mentalmente no desaparece ni se aleja. Si lo que te hiere no existe, si no puede hablarte ni explicarte qué ocurre. Si todo se tiñe de lentitud y malestar, si puede que lo hayas creado tú.
Entonces cómo te convencen de que se pasará, si el presente es un reto y cada momento se vuelve tenso e irrespirable. Cómo están tan seguros si aquí no cambia nada y el tiempo va en contra y no quiero darme la vuelta y ver lo que hice mal y que todo está tan lejos...

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Se parte en dos sin emitir sonido. Sin perder la más mínima concentración.
La oscuridad escondió del día toda la parte vacía de la voz de una canción reescrita para mí, un color que no existía entonces.
Reconstruí las partes en el momento en que llegaste.
Conseguiste que el suelo no estuviera frío y que la noche corriese deprisa, cual rayo que ilumina la porción de cielo en la que cae, como una caricia.
Y ahora todo es así, casi como lo había diseñado, un poco más a la aventura y un argumento mejorado que soy capaz de estropear.
Y ahora huele todo así, muerta de miedo.

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Con las manos más frías de lo normal e inoportuna fuga de palabras. Cuando pensar pierde el sentido y el no hacerlo te deja en peor situación que al principio. Donde nace un ligero brillo en los ojos y el calor de tus mejillas queda disimulado por la noche. Como imaginaste una vez que sería, lejos de las películas.
Allí te vi pasar. Pasada la medianoche. No debí pensar.

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Muchas veces, a lo largo y ancho de todas las divagaciones sonámbulas que hacemos los humanos por todos los pequeños espacios del mundo que sentimos que nos pertenecen, nos encontramos de frente con algo (o alguien) grande. Grande que te envuelve todo lo que tú eres y te enseña todo lo que no; que te obstruye cada pensamiento a su favor y ni te das cuenta pues estás totalmente abstraido en esa idea de persona que parece ser redonda y perfecta.
Pero aun cuando estás descubriendo todo lo bueno que puede ser, el suelo se abre ante tu mirada estupefacta y esa perfección cae por su propio peso, como si nunca hubiera tenido materia suficiente como para quedarse en el lugar correcto, el cual parecías ser tú.
Entonces, desconcertado, observas como todos tus rincones empiezan a llenarse sin querer de algo mejor, algo diferente, algo realmente extraordinario. Caes en la cuenta de que las convicciones que parecen ser firmes, pueden ser derrotadas en menos de un segundo por eso que se parece un poco más a ti, razón suficiente para desear no volver a mirar atrás. Razón con la que se ha de lidiar a partir de ese momento, la necesidad y la entrega hacia lo que creías improbable pero se presenta tan tangible que da miedo hasta acercarse.
Y sin saber si en algún lugar reposa paciente lo verdaderamente excelente...

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Es tiempo de retirarse en el momento preciso en que crees que algo se empieza a agrietar, tiempo de no decir ni una palabra y guardarse todo dentro antes de caer dormida. Es tiempo de poner distancia entre tus pasos y los pasos de los que pueden dejarte malherida. Es tiempo de esperar paciente y no esperar absolutamente nada; tampoco es tiempo para pensar de más. Es tiempo de retraimiento, lejanía y quizá, pero tan sólo quizá, tiempo para sorprenderse.

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Es una calle estrecha, hecha para la espera. En sus casas los interruptores juegan a esconderse, alargando el temor a la oscuridad. Las puertas chirrían antes de abrirlas, como ese tipo personas... Sus habitantes marean las hojas de los árboles que acaban cayendo, dejando las ventanas vacías y las calles de alfombra. Brillan las ausencias en cada pensamiento y no existe la noche, nadie puede dormir. No se duerme en este barrio. Siempre fui de ese tipo de personas, de las que chirrían. Esas que ponen las esperanzas que le permiten los pies y las ilusiones que caben en sus manos, pero no todas. Jamás fui de las otras, de las buenas. De esas que parten rayos sólo con mirarlos y no temen a la oscuridad y aman los árboles sin hojas en invierno e inventan la noche si no llega y por mucho que pasen los años, no se oxidan.

[...]

No hago magia pero que nadie me diga que no tengo poderes, que nadie me diga lo contrario. He escrito suelos y papeles y los he lanzado al aire para que llegasen a tus pies. Te he convertido de fantasma deambulando fuera de mi mundo a una realidad dentro de él, solo que ahora no sé si se podría decir que esto es una pausa, el esperado principio o un inevitable final. Pero al menos ya existimos...

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Nace un mes nuevo y yo te pienso, te pienso, te pienso
pero hasta el papel me hace más compañía,
un papel sabe escuchar.
A cada letra alargo la distancia, no es mi voz la que ha hablado
sino el frío que me llena en tus abrazos
y no me hace falta más invierno.
Diciembre sólo trae un rostro que no coincide con el tuyo
pero algo aún huele a ti y te pienso, te pienso...

[...]

Riámonos del viento, es más fácil,
una simple buena cara se la lleva el mal tiempo.
Amemos arañándonos las almas,
que sangrar con gusto salva vidas.
Miremos más arriba, al cielo,
pues éste nunca se va, nunca te acaba fallando.
Cortemos las correas del reloj,
atarse a él hace que perdamos lo que no se olvida.
Y cantemos, que los cristales como mucho se empañan,
jamás se rompen...