No basta una luz para despertar.
No se trata del desayuno de por las mañanas,
de la leche fría o caliente con cereales,
de la cantidad de cacao que eches.
No basta la ducha de rigor,
el agua tibia que te envuelve,
la piel de gallina al empezar a vestirte.
No es cuestión de las canciones,
del tiempo que tarden en activarte,
por lo suaves o duras que sean.
No vale tampoco la claridad del día,
los ruidos cotidianos o las conversaciones entabladas,
con su menor o mayor nivel de profundidad.
El verdadero despertar llega mucho antes.
Aunque sea tarde en el tiempo.
Llega con él. Con el tacto.
Con perder la linea entre querer y necesitar.
Con pensar y que sólo importe,
que esté aquí, y empezar a volar
solamente con el privilegio de sus labios.