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Llevo más de una hora con el documento abierto y apenas he escrito algo en él. Palabras sueltas. Lluvia, ciudad, cambios, luz, gris, giros, días. No tengo nada nuevo que inventarme ahora pero echo mucho de menos escribir. Hoy ha sido un día de echar de menos, desde luego. De volver a ver la lluvia caer desde hacía tiempo, de sentir ese frío que te deja inmóvil y quedarse observando como el cielo gris te espía desde cualquier ventana.
Casi he visto amanecer, uno de esos que tanto me gusta ver, desde la carretera, con las nubes agrietadas. Ha durado poco el deleite pero ha sido casi perfecto, aunque últimamente acumulo amaneceres que se superan a sí mismos. Madrid a veces te sorprende al igual que las personas que esconde en su interior, silenciosamente. Madrid a veces se sobrecoge de las historias que escucha y se calla. Porque todo da muchas vueltas, a veces incluso las vueltas parece que atraen más vueltas. Cambia la perspectiva, el color, cambia incluso el sabor que antes tenían las cosas. Vuelven los antes y los después que se renuevan a cada instante, porque el círculo nunca cesa. Otra vez las tormentas de puntos de vista y sentimientos en forma de jeroglíficos a descifrar en tiempo récord, antes de que el semáforo cambie a ámbar y yo bajo presión no puedo...
Y aún así todo parece diferente, me arriesgaría a decir que incluso mejor, aunque el frío no ha conseguido abandonarme.
Tan sólo me apetecía abrir el grifo mental y escribir que a pesar de todo me sigue encantando que huela a que va a llover.

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El vértigo me abrazó, como un imán...
Como se abraza la gota al charco, y a su vez éste al cemento, para evitar evaporarse.
Y me dejé llevar, me vi descender, y no me importaba...
Me sentía agua evaporándose. Agarrando cualquier mano que sólo conseguía agrandar el daño.
Me quedé arañándome el alma ahogada en el fondo de este mar extraño.
Abrázame y devuélveme al lugar del que caí. Encuéntrame...

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Demasiado temprano para saber si es noche o día. Demasiado frío todavía en una habitación adormecida.
Dejarse llevar, dejarse temblar por la intuición de una luz diminuta, ni siquiera por su existencia.
Frágilmente empuja todos los movimientos a un día que no se espera ni, mucho menos, se desea.

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Se cansó el vaso de sostener la medianoche y la cinta aislante de tapar el riego de los ojos. Sin excusas y sin demasiados motivos.
Quemaban los puntos y seguidos. Los aparte nunca fueron del todo curativos.
Necesitando finales.
FINALES que salgan de otra boca.
Todo necesita cerrar el círculo que abrió para poder seguir adelante.
Pero una vez perdido el rastro, parece inútil toda la distancia que se ponga a lo largo del tiempo.
Nunca cesa...