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Tirar del hilo y quemarte los dedos. Pagar el precio de tres o cuatro palabras vomitadas en una errónea coordenada. Maldita figura encapuchada que vino sin guadaña en el único instante en el que no temí caer con tal de que cerraran mis ojos y despegaran mi alma. Escarbé hambrienta en el fondo de este cuerpo perenne, lleno de eco complaciente y aire espeso que araña mis pulmones. Todo cae por su propio peso, la mano invisible mueve los peones. En el reloj ha expirado el tiempo. Yo me arrojo sin complejos. No he de perder ningún momento rompiéndome los tímpanos con voces que no entiendo, ¡ladráos frente al espejo!
Dámelo ya, sólo eso. Necesito un golpe seco.
Por fin... lo veo todo negro.