Para vivir ciertos momentos, no hay que pensar. No hay que llamar a viejos recuerdos que siembren el miedo. Ese miedo parásito del 'no ser tan (...) como debería' que arrasa con todo. Todo en mí. 
Para querer a las personas, no hay que compararse. Nunca serás otra persona; nunca habrá nadie igual que tú. Siempre me ha calmado pensar que quién nos quiere, encontrará un modo de permanecer en nuestra vida, o hará un hueco en la suya para nosotros. 
Quizá el truco esté en vivir en sintonía el instante que podemos llamar nuestro, este mismo, y quizá pensar en qué podríamos hacer mañana. Aprender de las diferencias y seguir. Confiar en que algo salga bien, en que yo también era digna de algo bueno, de merecer la pena.
No pienses de más.