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Es una calle estrecha, hecha para la espera. En sus casas los interruptores juegan a esconderse, alargando el temor a la oscuridad. Las puertas chirrían antes de abrirlas, como ese tipo personas... Sus habitantes marean las hojas de los árboles que acaban cayendo, dejando las ventanas vacías y las calles de alfombra. Brillan las ausencias en cada pensamiento y no existe la noche, nadie puede dormir. No se duerme en este barrio. Siempre fui de ese tipo de personas, de las que chirrían. Esas que ponen las esperanzas que le permiten los pies y las ilusiones que caben en sus manos, pero no todas. Jamás fui de las otras, de las buenas. De esas que parten rayos sólo con mirarlos y no temen a la oscuridad y aman los árboles sin hojas en invierno e inventan la noche si no llega y por mucho que pasen los años, no se oxidan.

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No hago magia pero que nadie me diga que no tengo poderes, que nadie me diga lo contrario. He escrito suelos y papeles y los he lanzado al aire para que llegasen a tus pies. Te he convertido de fantasma deambulando fuera de mi mundo a una realidad dentro de él, solo que ahora no sé si se podría decir que esto es una pausa, el esperado principio o un inevitable final. Pero al menos ya existimos...