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Y el día pasó arrastrando la mirada por el pavimento y recogiendo toda la mierda, incluso la que uno mismo genera, para después, transportarla a casa sin que apenas pese y desprenderse de ella por cada rincón de los pasillos, para después tropezar con ella un lunes a las siete de la mañana con los ojos entreabiertos percibiendo aún desde el sueño, y caerse redondo al suelo, de donde nunca debió levantarse.

Y el día pasó. Y poco más.