No necesito los días como hoy. No necesito tener que buscar la forma de explicar cómo estos días me hacen sentir, todo lo que pueda decirte es inexacto y me da rabia no ser precisa, pero insistes y más rabia me da no poder decirte que no. Creo que a todos nos pasa lo mismo tarde o temprano, un día llega y, lejos de sentir que avanzas, te encuentras en un lugar que flota, como si se hubiera parado el tiempo en el aire. Cualquiera que no haya vivido algo así dirá que suena agradable. No es así. En ese día no hay calma, sólo hay inquietud, agobio y una especie de angustia. Es leve, pero está ahí. Cuando es más grave y regular lo etiquetan, lo llaman ansiedad. Entonces aparece el miedo. Echas la vista atrás y te planteas qué has hecho bien o mal, cómo has llegado hasta aquí o qué quieres que cambie, qué maneras hay de llegar a cualquier otro lado. No es que te sientas completamente mal por ello, al fin y al cabo hiciste lo que podías o querías en ese momento, pero no estás del todo satisfecho. La esperanza, en ese día, no existe. Las horas se hacen eternas y vuelven a la mente esas personas que te han fallado en el pasado, son imágenes fugaces que estaban latentes pero aparecen siempre en ese momento. Luego, al dormirte, sueñas con ellas. No es la primera vez. Uno se siente algo inútil. Son días extraños y la experiencia de haber tenido muchos es que sabes que son sólo eso y acaban pasando a pesar del mal sabor de boca. De igual forma que otro día, sin razón, volverán. Y eso es así. Cuando los detectas, intentas apartar esos pensamientos negativos todo lo que puedas, te dices que mañana será diferente porque encontraremos otras cosas que hacer, que nos motiven de otra manera. Que viviremos experiencias diferentes y estaremos tranquilos. Eso es lo que quiero. Tranquilidad, y que los días malos pasen rápido, que alguien pueda entender lo que me pasa.
A veces, de madrugada, muy muy de madrugada, casi a esa hora en la que sé que va a empezar a entrar luz por la ventana y definitivamente no voy a poderme dormir, a esa hora, pienso en que tú duermes y siento rabia. A veces, me pregunto la razón por la que fui sólo un punto y final y jamás volviste a poner una coma más para seguir conociéndome pero, aún así, no es por ti por lo que me siento insuficiente para todos. A veces imagino que tu libro o poema favorito es el mismo que el mío, y que luego descubro cientos de cosas increíbles y empiezo a maquinar algo genial que poder regalarte porque sí, sin fecha, y engañarme otra vez más. Otras veces, mi mente se excita y las cosas que imagina son más imprudentes y caóticas pero todas comprenden nuestras bocas y toda la ropa que pueda pintar por el suelo de mi cuarto. A veces creo que voy a odiar para siempre la canción que siempre me ponía mientras esperaba y seguía esperando porque me lo pedían mis músculos y mis huesos y todo el agua de mi cuerpo, para después entender que siempre iba a ser de las que odian. A veces me hacen creer que el silencio no vale de nada, o que una mirada no es importante y estoy cansada de no saber luchar contra todas esas voces que me dicen "no deberías" cada vez que pienso en mí misma o en lo que es justo hacer aquí, en mi pecho. A veces creo que escribir sobre cosas tristes no me hace una persona triste; sólo una persona a la que le han pasado algunas cosas tristes y que desea, ante todo, ser una persona más feliz que se libera un poquito más con cada texto y aprender a vivir con ello sin romperse. Pero a veces me rompo y punto, y lo único que tengo no es más que un pozo roñoso, profundo y nada acogedor, pero mi mano no alcanza la superficie y no puedo salir, el tiempo es quien decide cuándo porque el tiempo es quién decide casi siempre. A veces es ridículo esperar que sí, que estando quietecita va a venir alguien a salvarte pero sé que es maravilloso cuando, de la nada, sale una mano que agarra tu mano con fuerza y no te suelta, cuando una masa de gente se aproxima en el centro de la ciudad y piensas que la frase I won't cross these streets until you hold my hand ahora es más literal que nunca. Algunas veces veo monstruos cuando la luz está apagada y les pregunto por su vida de monstruo; les digo que en este cuarto siempre serán bienvenidos cuando quieran un poco de tranquilidad aunque no sepa hacerles reír más que torpemente y contar chistes se me de fatal, pero puedo escuchar sin asustarme y, desde entonces, cuando les abrazo, son más blanditos. A veces haría películas con todo, todo todo, y así recordar las cosas que no hemos procesado; las que olvidamos al recuperar la imagen mental de aquel momento,  entonces haría un círculo junto con la sensación y, al volver atrás, descubrir detalles nuevos cada vez. Siempre se trata de círculos.
A veces creo que nada tiene sentido y que no hay ninguna cosa ni ninguna persona que pueda hacer algo contra eso. Entonces, encuentro la música de nuevo, la redescubro y hago el amor con ella. A veces no hay tiempo de explicar. A veces quiero un corazón nuevo.

Qué complicado el miedo, ¿verdad? Qué retorcido.
El miedo a sentir que no aproveché bien el tiempo. Miedo a aburrirme de vivir.
Que quizá nunca tenga la oportunidad de ser como quise ser. Que me quede a medio camino de todo.
Miedo a no haber sido lo suficientemente clara conmigo misma, con el resto, y haber perdido oportunidades de ganar algo. Miedo de haberme equivocado.
Ese miedo a que no haya recompensa al final por todo lo sufrido. El miedo de saber que no hay ninguna.
Miedo a olvidar o perderme. Miedo a acostumbrarme a vivir de la nostalgia.
Miedo a ser como todo el mundo. O que el rechazo continúe hasta el final por no serlo.
Miedo a no ser suficiente para nada, para nadie. Miedo de dejar de creer en mí.
Miedo a no encontrar el equilibrio entre emocionarme y sentir tristeza.
Miedo a que nunca se vaya la ansiedad. A que se vaya, y comenzar a vivir por mi cuenta.
El miedo a vivir. O a tener que pasar una vida sin saber qué es eso.



Espero que no te importe llevarte la piel contigo si vas a arañarme. 
Si vas a robarme tiempo, esconde todos los relojes, hazme olvidar en qué época vivo de aquí en adelante. 
Si vas a herirme, deja una grieta abismal, de esas que cubren el alma en cicatriz. Que la marca sea un tatuaje nuevo en mí. 
Si vas engañar, traiciona hasta a mi sombra. Hazte llamar por otro nombre, cambia, disfrázate de otra persona. 
Si vas a gritar, asegúrate de que tus aullidos me dejen sorda. 
Si vas a irte, recoge todo lo que has mejorado, perdido o roto. Recoge los trozos.
Pero, sobre todo, si vas a hacer algo de esto, quédate allí.
No quiero que vengas, no quiero que aparezcas.


Ha llegado por fin. La lluvia ha llegado a Madrid. Lo ha sumergido todo en desconcierto y un aire de melancolía. La tormenta repentina y deseada. La ciudad se estanca y parece desordenada, sombría, pero para mí es el momento en el que más viva está. Los lienzos espontáneos por culpa del vaho. Las primeras hojas de la estación nadando presumidas en los charcos que hacen de espejo para el manto acromático que se extiende en el cielo. Los colores de la temporada se engrandecen en estos, los primeros momentos en los que comienzo a sentir orgullo por ser de aquí, por volver al calor del hogar un otoño más al que espero sobrevivir.


Qué importa ya, septiembre, a dónde hayas ido. Has consumido hasta los mares.


"Voy a agonizar y voy a perder esto escaso que soy y me dejaré caer hasta no verlo. Hasta sentir ausencia y tenerlo todo claro, convertirlo en hueco y no percibir nada, y esperar paciente esa luz que me deslumbre. Hasta negarme cien veces y olvidarme, por fin, rasgarme los costados y volverme esqueleto hasta partirme. Dividirme, y trastornarme mientras trato de encontrarme, porque sé que habito en mí. Y lo hago, agonizo, sudo y sangro, busco el problema a ciegas dentro de un espacio blanco que chirría. Y balbuceo, doy vueltas de nuevo y muero de rabia. Que no entiendo porqué sólo deseo no estar, porqué sólo me reconforta el olor del frío."
Todas y cada una de esas personas se marcharon. Puede que fuera con el cambio del viento, o bien por la marea. Sí, creo que fue la marea. Pero no veo la luna que la haga cambiar, no sé dónde está ni porqué se lo ha llevado todo con ella. O puede que la luna sea yo, que me limito a estar en el vacío y que todo es por mi culpa.
Soy la mirada gélida que te seduce traviesa. Soy esos suaves labios de nieve mordiendo los tuyos, descendiendo impacientes. Soy la helada en la que te sumerges poco a poco. Mi lengua glacial por tu vientre humedeciendo tu respiración. Soy impasible iceberg contra el que peleas. Imperturbable escalofrío que te enciende y te estalla. Mi corazón de diamante te araña las entrañas; mis manos de cristal dibujando ardor sobre tu espalda cubierta de escarcha. Soy distante invierno que te abraza calándote el deseo. Soy el rocío al que excitas de madrugada, empañando las paredes. Soy la salvaje noche ártica culminando sobre tus sábanas blancas.
Me quedo la última y espero, a que todo esté en silencio. Luego, salgo de aquí dentro y bailo con la hora, la que sea, no importa. Me deshago en reproches, me entristezco pero no, no tengo tiempo. Entonces pienso, que a veces es lo mismo dormir y gritar, o ser parte de algo que no te provoca sentimiento. Es una revolución y se escapa, se me escapa sin haberla escrito primero. Entonces converso conmigo, leo en las paredes y cuento las gotas, las hojas, las pinceladas de ese Monet que me refugia. Y quiero irme, a rasparme las ideas a otro lado, muy lejos. A golpearlo todo para verlo de nuevo, sin esforzarme en recordar que ya habíamos perdido. A deshacerme de vivir. A buscar la perspectiva buena. A despedirme, aunque ya no quede nadie, porque todo está en silencio.
Ojalá hubiera una forma de recuperar todo aquello que hemos perdido. Así la nostalgia podría dejarnos vivir y nadie sabría lo que es echar de menos. En consecuencia, habría muchas lecciones huérfanas. Pero todos aquellos que dependemos bastante del pasado nos sentiríamos más liberados.

Qué pasaría entonces, si pudiéramos evitar perder lo que estamos a punto de perder. Lo que sabemos que, a ciencia cierta, se nos escapa de las manos. Que ya no habría que grabar en la memoria los últimos instantes, diciéndonos que son los últimos, mientras se nos rompe el alma intentando sin éxito agarrar eso que se va. Pero se ha ido ya.

No hay manera de recuperar, ni de impedir la pérdida. La solución es, pues, cambiar la actitud hacia todo ello. Manejar el dolor. Maquillarlo, empequeñecerlo, retrasarlo, ignorarlo. ¿Seríamos, de esta forma, quiénes somos u otros diferentes? ¿Nos hace eso, quizá, menos humanos?

Imperdonable y vacía. 
Desierta de comienzos. 
Abatida.
Cuando rompí el mundo que conocía,
algo mío regresó al punto de partida. 
Eso que aún revuelve en tus escritos tratando de reconocerse,
o adjudicarse algunas de tus palabras.
Palabras que usabas tú para luchar en tus batallas imposibles.
Esas que me llegaron, sin ser para mí.
Palabras que me creí, porque tuve que creer que sí.
Para seguir.


La vieja amiga, la que siempre estuvo ahí.
Soñabas con su ausencia,
pero en realidad nunca se iba.
Se vestía de paseo, bajo el sol o la tormenta.
Se volvía aliento, esas noches a escondidas.
Entraba como el sol por los huecos de la persiana,
por las mirillas de los desconfiados.
Por tus poros, entraba y sucumbías.
Volvía y se regodeaba en todo eso que eres,
y serás, y no te abandonará.
Porque es ella, la única y verdadera.
La ansiedad.

¿Qué es lo que quedaba? Escribir.
Escribir me dijeron que hiciera.
Escribir era lo que quería hacer.
Sin saber de qué, sin razón, sin sentido.
Una vez terminado todo,
sin tener ánimo
ni gusto para nada.
Ya sólo quedaba sentir lástima y después,
quizá,
escribir.


Cuántas cajas van ya, de esas de llenar con regalos, peluches, notitas, cartas breves, cartas largas. Arena de esa playa. Fotos de aquél día. Cajas llenas de promesas, en definitiva. Cuántos años llevas pidiendo las cosas 'por favor' y respondiendo 'gracias', esperando el turno con paciencia y callando cuando ves que otros se cuelan. Cuánto tiempo soñando con las mismas personas, distintos traumas, igual resultado: amargándote los días. Cuánta vida guardando dentro contestaciones que merecían otros, cultivando la rabia y la frustración que otros pagan contigo sin sentirse culpables.  Cuánta salud tirada por la ventana, y cuánto corazón en la basura, por elegir a las personas equivocadas con las que compartir las aventuras. Cuánto tiempo devaluando tu cuerpo y tu nombre, descuidándote a ti mismo por tratar de cubrir otras necesidades antes; por intentar llenar tu alma dependiendo de otras. Cuántas islas has formado dentro de tu mundo y tu casa, creyendo que podrías estar mejor así, creyendo que así podrían no volver a tocarte. Cuánto poder haber arreglado esos ladrillos, o haber mejorado algo. Cuántos noches insomnes pensando en las cosas que podrías haber hecho mejor, en el daño que tu también pudiste causar. Cuántos textos traduciendo sentimientos en papel, buscando alguien que no se asustase al leerlo. Y, más allá, rozando la locura: entenderlo. Cuántas llamas te han soplado, cuántas ilusiones reventadas con solo una palabra o gesto, por esa vulnerabilidad dichosa aprendida. Cuánta torpeza en tus actos, recayendo en antiguos errores, creyendo que siendo imperfecto puedes perderlo todo de nuevo. Cuántas formas reprimidas de ti mismo, sin reconocerte en nada, sin inquietud por descubrir cosas nuevas, con demasiada pereza para añadir algo criticable a tu vida. Cuántos gritos has ahogado, por no herir ni preocupar, por preferir hacer las cosas simples, por pretender que así evitabas el problema; mientras éste crecía dentro de ti, mientras te hacías mayor pensando que las maneras correctas y las opiniones válidas eran las de otros. Cuánto daño acumulado por tener una personalidad más hacia dentro, refugiada en cuatro nubes aleatorias en el cielo y en unos cuantos infantiles sueños débiles. Cuánto tiempo siendo una persona 'conveniente', amamantando defectos y escuchando canciones salvadoras, deseando a destiempo ser otra persona. Cuánto querer ser tu mar y cuánto te has ahogado por su culpa. Cuánta paciencia invertida en sacos rotos, cuantos golpes de claridad por acciones de otros, cuántas decepciones, cuantos perdones dados y tan pocos recibidos. Cuánta estación de vacío y de engaño, cuántas horas de espera viviendo en otra relación paralela. Cuánta gente borrosa a estas alturas, gente que te añoraba cuando te obligaban a marchar. Cuánto recurrir a los fantasmas, o convertirte tú mismo en uno de ellos. Cuántos años creyendo que el error eras tú cuando podía ser compartido, cuando ni siquiera echabas culpas fuera, cuando quizá sí que era tuyo. Cuánta soledad en el cajón, cuánto información de antemano de todo lo que ibas a sufrir, cuántas piedras iguales en tu camino, cuánta ceguera para ver ciertas cosas, cuánto tiempo perdido, cuánto amor regalado, cuánto compromiso en desigualdad de condiciones, cuánta falta de práctica para empezar ciertos caminos, cuántas sombras, cuánto contar espaldas, cuánta memoria y cuánto techo, cuánto morir en las tardanzas, cuánta confusión de términos, cuánto dilema sin resolver, cuánto desgaste, cuánto crecer del revés, cuántas preguntas huérfanas, cuánto muro invisible, cuánto error cometido, cuántas cosas mejorables, cuánto actuar con miedo, cuánta ansiedad por todo ello, cuántos calcetines desparejados, cuántos dibujos para distraerte, cuánto cadáver, cuánto insecto en el mundo, qué poco valor, cuánto poema de mierda, cuánta palabrería sin sentido, cuánta ciudad que no existe, como tú, como yo, como el no poder volver ahí, como el quedar atrapado en la misma trampa, en la misma asquerosa telaraña, como esos lugares perdidos donde habitaba tu esperanza.
Y yo paso, camino y, en cuestión de segundos, soy menos que antes; me deshago, y pequeñas partículas de mi piel se van quedando atrás, se las lleva el viento mientras yo, inocente, creo que lo que se va es lo que necesita irse y no. Cada vez más esqueleto.

Pasaron dentro de mi túnel, cuatro o cinco meses y unos cuantos años, y también días perdidos.
Cambié de lugar, casi constantemente, sin haberme movido, aparecía antes y después en el tiempo.
Escribía, por placer, por obligación, quizás. Yo ya no pensaba en ello, en cualquier otra cosa, ni en ti. Escribía sobre ti. Sin sentido o sentimiento, estabas y estarás, escribiré y habrá algo de ti, habrá algo en mí.
Y en ese mundo, seguiré del mismo modo, y el dolor seguirá doliendo como si fuera nuevo pretendiendo ser olvido. Nadie querrá entenderlo, y seguiré los días, días perdidos, dentro de lo oscuro consciente de que es tarde para esperar, para esperarle y que sepa, que pertenezco a ese sitio, dueña de un hueco y un bloc, y de cosas que ya no son pero están, y nadie querrá entenderlo.


¿Quién duerme con mis sueños?
¿Quién se quedó las medicinas?
¿Quién supo decir mi nombre y quién lo olvidó antes de acabar?
¿Quién pudo mirarme un instante?
¿Qué año olvidé arrancarme el pasado?
¿Cuántos sentidos guardé bajo la nieve?
¿Quién perdió la llave del tiempo?
¿En qué corriente de aire nos perdimos?
¿Qué fue lo que diferenciaba el dolor de lo demás?
¿Qué distancia nos empujó al acantilado?
¿Qué turnos dejé ir?
¿Cuántos tipos de sordera aprendí?
¿Quién doblaba las palabras y quién las convirtió en arena?
¿Qué día me hice falta?
¿Qué tipos de hambre sufrí?
¿Quién duerme conmigo, quién es oscuro?
¿Quién me acariciaba las ruinas?
¿Qué sombra me obligó a escribir?
¿Qué manos me esperaban al final?
¿Qué horizonte se llenó de silencio?
Y sobre todo, ¿Quién? ¿Quién me ha robado los malditos sueños?
No me concentro en ningún sitio, no me parezco a ningún lado.
Ya no había lugar donde contradecirme o soportar mi apariencia.
Quería cubrirlo todo de medianoche y llover la vida pasar.
Y es que, a veces, estoy, fugaz y brillante, en mi paréntesis de ceniza.
Y es que otras, cabe en mi sombra esta ficción, tierna y prometida.
Todo esto es materia, irradiando un olor oscuro y después,
me quedo fría y, además, pronuncio esa hemorragia que me lleva
a mi comienzo y a mi espacio, a las nubes que salen en los libros.
Recojo mis cosas tontas y poemas, y me abandono en la orilla,
preguntando a los espejos, como si nadie hubiera escrito ya de esto, 
como si nadie hubiera contemplado este invierno suspendido
y este vaivén violento que hace el viento
donde sólo queda crecer más adentro de uno mismo.




Querido  ....


  Creo que acaba de salir el sol. Hasta hace unos días era difícil de decir; al final del día el agua acababa entrando en las casas calando alfombras y pequeños rincones (ah, y uno de mis libros preferidos que dejé junto a la ventana). No es que viva en una casa mal construida pero, de verdad, ha llovido como nunca pensé que podría hacerlo. Sé lo mucho que lo hubieras odiado después de haberte tirado dos años con ese tiempo (y todos aquellos incidentes); por eso no puedo evitar que me haga gracia ver llover. Es como si fueras a aparecer maldiciendo en cualquier momento.
  Es demasiado pronto y ya me estoy revolviendo en mi asiento. El frío está durando más de lo normal y tengo las manos y los pies congelados de forma permanente. Me asombra ver la cara de la gente si me tocan; es como, no sé; como si de repente tuviese alguna anomalía evidente y me dijeran con la mirada: "¿Qué diablos te ocurre, es que no te has dado cuenta?" Y estuviera loca por no hacer algo al respecto, necesariamente. 
  A pesar de lo que te prometí, creo que esto es lo primero que escribo en meses. Pienso ideas, monto una historia en mi cabeza y la desarrollo brevemente pero, por lo normal, estoy demasiado cansada como para llevarlo a cabo. A veces cojo el Bic y trazo líneas sobre un folio, sólo para no olvidar cómo es el tacto y ese sonido casi imperceptible que resulta tan placentero. Debería hacerlo más. 
  Algo que he retomado es la fotografía. Nunca compartí tu opinión de que fuera algo fácil y para todo el mundo. Es cierto que para encontrar algo bueno hay que buscar, pero es como todo, ¿no? A veces lo mejor es guiarse por lo de "menos es más", por eso decías que lo mío era simple pero con alma. Creo que así es como he intentado vivir mi vida siempre, por eso lo de la simpleza me parece un cumplido. Aun así me gustaba discutir sobre ello. Igual en unos meses edito algo si es que no he perdido las ganas y he conseguido acabar esto.
  No suelo salir mucho. Lo hago cuando la cabeza me lo pide y tampoco en esos momentos presto demasiada atención alrededor. Supongo que entre eso y la música, ¡es un milagro que un coche no me haya pasado por encima! Ya no es como al principio, ¿entiendes? Aunque todo sea nuevo. Supongo que no lo he podido encontrar.
  Mis paredes son azul pastel y el techo es alto. En el escritorio hay latas vacías de refrescos, entradas de cine, papeles y quizá algo de polvo. Al lado de mi portal hay una tienda de ropa infantil. Ese sería mi adelanto a tus tres preguntas de rigor. La ventaja es que también podría adelantar tu respuesta a todo esto. Supongo que, más que predecible, detrás de lo malo te llegué a conocer.
 Aunque el sabor ahora sea otro. Aunque nunca vayas a leer esto, y yo no pueda dejar de escribir.
  
Uno se equivoca cuando piensa que lleva los zapatos del presente y estos corren mucho más deprisa. Se equivoca al creer que puede obviar esa vieja piedra amiga estratégicamente situada una vez más. Siente la bala detrás de tu cabeza, no te alcanza, no te roza, pero nunca descansa. 

Nada importa cuando vuelves debajo del edredón y la sábana, haciéndote una bola y dejando de ser quién no eres. Tan sólo sabiendo que no eres quién una vez soñaste ser. Y que cada noche es un poquito más tarde para conseguirlo. Sólo porque nadie te dio un empujón a tiempo o porque la vida se ceba un poquito más con los más débiles. Así es como se crean personas que se arrastran desde primera hora de la mañana.
Era de juego sucio. Incansable y cruel. Sus raíces emergían con furia y sed de libertad. Se había destruido sin haberlo encontrado. Se había resignado y abandonado. Se rasgaba al respirar, ya no dolía. Esperó más de una vida con la mirada perdida. Sufrió más de mil noches, ya no se culpaba. No se reconocía pero apenas lo hizo un día. Se fue en silencio, tal y cómo llegó. Tenía rota la voluntad. Dejó que el mundo hiciera su trabajo. Ya nadie se acuerda de que a veces sonreía. Quizá nunca importó. Y si se quiere vengar es por justicia. Será imparable, y cuando llegue el momento, recuperará el lugar que siempre le correspondió, aunque ya no quede ninguno que lo vea.