He redescubierto antiguos placeres.
Me despierto, me cepillo los dientes,
hago lo que se espera de mí. No más.
Respondo de forma cortés, sonrío en silencio.
Camino y camino, deseo llegar y anclar la mirada en las historias,
que reposan en papel para servirme de refugio.
Tras seis meses, lo propio es dejar de esperar.
No levantarme ni alzar el peso del corazón sobre el suelo.
Me callo y asiento.
Ahora juego sola donde tú solías jugar conmigo.
Estoy sumida en el mutismo que supone que no existas.
No es recordar, la causa de esta sombra. 
Es la decisión de arrastrarme entre las palabras,
como alternativa a nada.




Me gustaría sentarme aquí, con un par de libros o tres. Los que necesite tener cerca.
Quizá también un cuaderno con suficiente espacio en blanco.
Respiraría despacio durante ese tiempo, no tendría que hablar. No habría nada, más que
rimas, personajes, historias cruzadas, finales eternos, problemas y desenlaces, y algo de tinta. Puede que, a ratos, música.
Lo tendría todo. Sería cualquiera. Estaría lejos.
El escenario del mundo real sería mi cabeza.
Nunca estaría sola.