Uno no se siente solo, hasta que piensa en que lo está.
He leído mucho sobre este sentimiento, sobre esta pesadumbre, de saber que el mundo es el mismo con la propia ausencia. No es difícil estar solo, es peor lidiar con el pensamiento de que nadie te necesita o se acuerda de ti. Todos necesitamos sentir que somos... que no somos cualquiera.

Asúmelo. Eres de esas personas que no se acaban recordando. Que no trazan líneas en las vidas de otros. Que no marcan páginas.
Pasas desapercibido, como la vida alrededor, a tus ojos.
Amor no era, no podía ser.
Se nos hacía tarde los domingos,
se aburrieron nuestros nombres, se fueron las luces,
llegó el frío y nos fuimos a dormir con las buenas intenciones
devastadas.
Amor no era. No sé que podrá ser.

Duda contradictoria

No sé quién soy, y tampoco
si eso me convierte en un extraño.
Siento, reflexiono, deseo, hablo.
Grito a veces consignas
de las que no estoy muy seguro.
Mi aparente contradicción
sólo dice que no existe
tal indecisión en mi conformado ser
inconstante. No sé quién soy.
Borges no es Borges, es otro
y yo también, o tampoco.
Mi voz son muchas voces
y seguro que una de ellas es
la voz real que al afirmarse
sobre las otras, emerge
sacándome de mi duda.
Aunque puedo ser yo y más gente.
Uno de esos enfermos que al preguntarse
y responderse a sí mismos conforman
un diálogo grouchiano.
Ni siquiera sé si creo lo que digo.
No sé si en verdad dudo de quién soy.
No sé si son demasiadas dudas
para un solo poema.

-  Domingo C. Ayala (Marbella, 1981)

La ciudad de las palabras


A veces creo que triste
me siento más tranquila.
Quizá sea
una forma de luchar
con la mentira, o que hoy
no me queden más lágrimas
con que borrar tus huellas.
A veces creo que triste
es más fácil escapar
de la incoherencia:
pasear a solas, creer
en todas las mentiras
o en ninguna, dibujar
el escenario desnudo
de tu vida.

Sin adornos, armada
sólo con miradas, te ofrezco
inventar un mundo donde
de veras quepan las palabras.

- Elvira Lozano
He redescubierto antiguos placeres.
Me despierto, me cepillo los dientes,
hago lo que se espera de mí. No más.
Respondo de forma cortés, sonrío en silencio.
Camino y camino, deseo llegar y anclar la mirada en las historias,
que reposan en papel para servirme de refugio.
Tras seis meses, lo propio es dejar de esperar.
No levantarme ni alzar el peso del corazón sobre el suelo.
Me callo y asiento.
Ahora juego sola donde tú solías jugar conmigo.
Estoy sumida en el mutismo que supone que no existas.
No es recordar, la causa de esta sombra. 
Es la decisión de arrastrarme entre las palabras,
como alternativa a nada.




Me gustaría sentarme aquí, con un par de libros o tres. Los que necesite tener cerca.
Quizá también un cuaderno con suficiente espacio en blanco.
Respiraría despacio durante ese tiempo, no tendría que hablar. No habría nada, más que
rimas, personajes, historias cruzadas, finales eternos, problemas y desenlaces, y algo de tinta. Puede que, a ratos, música.
Lo tendría todo. Sería cualquiera. Estaría lejos.
El escenario del mundo real sería mi cabeza.
Nunca estaría sola.