No necesito los días como hoy. No necesito tener que buscar la forma de explicar cómo estos días me hacen sentir, todo lo que pueda decirte es inexacto y me da rabia no ser precisa, pero insistes y más rabia me da no poder decirte que no. Creo que a todos nos pasa lo mismo tarde o temprano, un día llega y, lejos de sentir que avanzas, te encuentras en un lugar que flota, como si se hubiera parado el tiempo en el aire. Cualquiera que no haya vivido algo así dirá que suena agradable. No es así. En ese día no hay calma, sólo hay inquietud, agobio y una especie de angustia. Es leve, pero está ahí. Cuando es más grave y regular lo etiquetan, lo llaman ansiedad. Entonces aparece el miedo. Echas la vista atrás y te planteas qué has hecho bien o mal, cómo has llegado hasta aquí o qué quieres que cambie, qué maneras hay de llegar a cualquier otro lado. No es que te sientas completamente mal por ello, al fin y al cabo hiciste lo que podías o querías en ese momento, pero no estás del todo satisfecho. La esperanza, en ese día, no existe. Las horas se hacen eternas y vuelven a la mente esas personas que te han fallado en el pasado, son imágenes fugaces que estaban latentes pero aparecen siempre en ese momento. Luego, al dormirte, sueñas con ellas. No es la primera vez. Uno se siente algo inútil. Son días extraños y la experiencia de haber tenido muchos es que sabes que son sólo eso y acaban pasando a pesar del mal sabor de boca. De igual forma que otro día, sin razón, volverán. Y eso es así. Cuando los detectas, intentas apartar esos pensamientos negativos todo lo que puedas, te dices que mañana será diferente porque encontraremos otras cosas que hacer, que nos motiven de otra manera. Que viviremos experiencias diferentes y estaremos tranquilos. Eso es lo que quiero. Tranquilidad, y que los días malos pasen rápido, que alguien pueda entender lo que me pasa.