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Debería empezar por arreglar los desperfectos que siempre tuve la certeza de tener. Creo que no soy imparcial aunque, por otro lado, no creo que nadie pueda serlo… yo por exceso, otros por defecto. No sé en qué momento dejé de conocerme para empezar a tirar piedras sobre mi cama, conmigo encima, tumbada, mirando nada y dejando el tiempo correr… hasta reunir las ganas de retomar las cosas donde las dejé. Siempre se me dio tan bien ponerme en huelga contra mí o contra el mundo…

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"Hola, desconocido", pienso durante el segundo que te miro. Me pregunto cuánto tiempo llevas esperando aquí sentado. Me pregunto cuánto tiempo esperaré yo, a tu lado. Las paradas de la linea 77 se convierten en refugios para solitarios. Todos nos hablamos entre nosotros, pero nadie dice nada porque nadie se atreve a destaparse ante un desconocido.


Pero no somos desconocidos. Llevamos exactamente 7 minutos y 12 segundos compartiendo el aire y viendo los mismos coches pasar, con la cabeza ladeada a la izquierda para ver quien salta primero al divisar el bus de lejos. Hemos coincidido en esta coordenada espacio/tiempo, una única vez en nuestra vida, y vamos a dejarlo pasar. Y me pregunto cómo será tu vida, a dónde vas ahora que anochece. Me pregunto si te despediste de alguien y vuelves, o si vas porque alguien te espera. Quizás ambas, quien sabe. Yo no lo sabré. En este instante no se me ocurre afirmación más real que esa.


Te diría tantas cosas... te diría que levantaras la vista y mirases los tonos del cielo ahora que el sol se pone tarde y lento. Te pondría la canción que escucho en este momento porque es de esas canciones que pondrías a miles de Hertzios, demasiado buena como para que alguien se la pierda. Siempre he pensado estas cosas cuando me cruzo con alguien y sé que será la primera y la última vez... y me resulta normal porque estoy acostumbrada pero no puedo evitar pensar que es algo triste.


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Enciende un ojo y levántate. Sube la persiana de la derecha, ahora la de la izquierda. Oye el microondas del vecino. Ve al baño, desnúdate, métete en la ducha y haz que duermes bajo el agua. Doce minutos, ni uno menos. Arréglate como puedas el pelo, vístete. Abre la nevera, coge el yogurt de arriba a la izquierda. No te sientes. Cepíllate los dientes, arriba, abajo, ras, ras y repite. Coge la mochila y vete. Saluda, da los buenos días al portero, última mirada al espejo y a la calle. Ponte los cascos, frunce el ceño por el sol y camina, camina... paso de cebra, corre. Camina, La Farola no gracias, gira la esquina. Avanza, avanza, la cola del bus es larga, sigue caminando recto. Huele a desayuno, café. Los porteros barren los portales. Cinco minutos, pasa el bus. Maldiga, señorita. Anda, paso a paso, mira a la gente, caras de sueño y cabreo, te suena éste... y éste también (¿a dónde irán?). El quiosco se acaba de abrir, el frutero te dice 'hola'. Llegas tarde, vamos, venga, acelera. No pienses. Mira el reloj, sube la música. Joder, por qué siempre corriendo, por qué tanta prisa. Si cuando llegues querrás volverte a ir.

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Esta es la historia que nunca se termina...


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Las cosas que pensamos por sí solas no tienen sentido alguno. Las mías por un lado y las tuyas por el suyo. Necesitan un contexto donde puedan dejar de ser simples palabras flotantes para ser significado, necesitan un lugar donde poder ser libres.

Pero estas cosas que pensamos no existen porque no existimos por nosotros mismos, con el mundo aparte. Estás tú por tu lado, y yo por el mío, como las cosas que decimos y no escuchamos, porque no compartimos ningún lugar ni podemos ser libres y somos dos cuerpos flotantes en caminos paralelos pero en direcciones opuestas.

Entonces parece ser que no existimos. Se me han roto los pensamientos...