Hacen faltas más odas a uno mismo por ser tan personas en este mundo tan de inhumanos. Hace falta más mirarse y decirse: adoro mi sonrisa, aun teniendo un diente resquebrajado. Aunque todo esté empañado, adoro tener días malos. Escribiré, lloraré, no querré saber de nadie y luego volveré a ser la que era. La forma en que a veces aparento saberlo todo cuando es imposible que yo pueda querer eso, la forma en que oler los libros y acariciar las portadas me confirma que ahí dentro hay una cura para el alma. Y bailar a solas, tocar la pared congelada las noches que no puedo dormir. El querer estar tranquila, el tener un poquito de miedo a las emociones. El sentir el vértigo del llano. El odiarme algunos días, el odiar verme a través de los ojos que nunca me han querido. El tener algo en mis ojos, que sólo me hace mirar hacia arriba. Porque hay muchas estrellas bonitas y nubes raras, en este mundo de inhumanos.

Te perdí en una estación, creo que fue al final del invierno del año en que al mundo aún le quedaba algo de cordura. Hay, en algún lugar, un Madrid que nos dio una oportunidad más y un parque que apostó por nosotros, entre cientos. Hay tantos mundos en el mundo, que aun sabiendo dónde estás ya no sé el camino. Es un arte olvidar, escribirnos con minúscula en la historia. Volver a quedarse en blanco en el mismo ensayo de siempre. Yo no me he curado de no haberte vivido, pero eso sigue sin tener significado en este lado de mi pared. La realidad parece una, la realidad hay que escaparla. Te escribo en una calle abandonada, esperando que oigas el eco.