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He tenido esta noche el universo entero encima de mi cogote y no he sentido nada. Mentira. He tenido un pedazo de cielo oscuro y pequeño delante de mis ojos y no he sentido nada. Casi cierto. He sentido nada, en este caso nada es todo lo que preferiría obviar. Pero ha sido tan desbordante que... Se ha derrumbado encima de mí, ha vaciado su contenido estelar y me ha hecho una herida que no sé localizar a pesar de su profundidad. Y en este instante me libraría de cualquier pensamiento que no estuviera a la altura, pero he de arrojarlo también, como algo importante que se vuelve deshecho cuando te has cansado ya de convivir con ello. O porque falta espacio y algo hay que tirar. He visto toda la claridad que puede alumbrar una noche, sin confundirme con la atmósfera lumínica urbana. Mentira. Quizá no. Sí, me sigo recuperando de lo diminuta que me he percibido, intento crecer y la gravedad me hace chocar con el suelo, lo real, las decisiones, los problemas y lo simple que es todo si le quitas el sentimiento que lo complica.