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Somos muchos a los que nos hierve a diario algo en el cuerpo, la necesidad imperiosa de expresar sin tener que hablar; sacar lo que nos sobra dentro, como si se tratase de magia, a través de las manos y, por supuesto, de una lente fotográfica o de las palabras. Somos muchos los que sentimos placer enfrentándonos con una página completamente impoluta y vacía, sabiendo que de ahí puede salir cualquier cosa. O bien escuchar el sonido del obturador hacer click tantas veces como ideas deambulan por tu cabeza. Plasmar desde cualquier o cada una de las perspectivas cualquier realidad de tu vida, en dos líneas o en cien, a color o en blanco y negro, en narrativa o en forma de poesía, a veces mejor o peor, el caso es liberarte. Y de la forma que expreso no es más que todo mi universo; digo que no es más pero para mí lo es todo, todo lo personal (e intransferible) que puede dar Marta, todo lo que no sé decir cuando hablo, hasta con la persona que más quiera y confíe de este mundo. Lo que yo hago, no es para ti, aunque expresar suponga que en la comunicación ha de haber un emisor de un mensaje y alguien que lo reciba. Tú lo recibes, pero sigue sin ser para ti, porque hacerlo supone algo mucho más profundo que coger un bolígrafo o una cámara y tomar la actitud de a ver qué sale hoy, al azar, sin intención. Por tanto, yo emito y yo recibo, y lo que recibo es lo mismo pero en frío, razonado, masticado, lo que contribuye a que me calme. No es un mero hobby; es una acción terapéutica, es una cura para la enfermedad del que se calla las palabras, es una liberación, es algo que soy, es una adicción, un placer, un motivo importante, un lugar donde me siento segura, un sentimiento mejor.
Ahora entenderás cuando digo que, lo mío te llega a ti, pero sólo es posible que sea mío.