...

Hace casi dos décadas me puse en pie porque era lo que se esperaba de mí. Motivos de supervivencia. Puede que también fuera porque mi escaso conocimiento del mundo me permitió intuir que podría verlo mejor desde más alto y, en consecuencia, entenderlo mejor. Debe haber una relación inversamente proporcional entre la altura y el entendimiento porque, tras todas mis vicisitudes personales, siento más ignorancia y menos comprensión que aquella primera vez en que di un paso por mí misma. Ahora el suelo parece agrietarse tras de mí más que el cielo, que ya no me llora encima por miedo, porque he teñido de sórdida una mirada que lleva tiempo perdida y sin sosiego. Años después y yo igual de pequeña, en ciudades de gigantes abatidos por el temporal, idolatrando las verdades de los que se creen sabios y ofreciendo un hombro donde reposar las mentiras de los petulantes. Especulando con su tiempo y mis distancias, he perdido la palabra engrandeciendo los oidos a la escucha ingrata y, no siendo santa ni demonio, he reconstruido mi vida en la observación indiferente de las andaduras de la gente y he aprendido a discriminar aquellos en los que reina la armonía o el mismo caos que han pretendido venderme, bordándome los sentidos, enloqueciendo mi voluntad. Sigo sin entender, pero ya no vuelvo a formar parte de la repugnancia de nadie, de los vicios de los que se restriegan en el espejo, de los que se pudren con falsos besos y muestras de cariño al peso, de vuestras sombras burlescas y deformes. No conseguiré entender, y tan sólo acabaré aumentando el inventario de errores.