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Otra vez esta manía tuya de regocijarte en la trascendencia. Por qué querer llegar un poco más allá del límite, una linea tan fina y leve y, a su vez, tan aplastante y pesada e incluso peligrosamente cercana. Por qué tratar de encaminar tu existencia hacia esa inexorable duda de la veracidad de todo aquello que lates. Por qué esas ganas de adentrarte tú sola en esa cruda niebla que no es capaz de sostener ni una mínima parte del pensamiento que ahora rumias dejando de lado cualquier razón o cualquier halo de realidad y el recelo que todo ello te produce. Y es que no te sirve la tan dura evidencia, lo que se estrella sin remedio y se dirige sin vacilar contra todos y cada uno de tus inestables sentidos, que aún pretendes ahondar más en esta profunda mirada de tristeza que puebla tu alma y todo lo que eres, sin saber siquiera si eres algo o cómo denominarte en cualquier caso. Ansias irracionales de buscar y palpar toda la materia que te envuelve en un sinsentido que otros llaman vida, destino, suerte o azar, desmenuzando las lineas que forma el aire y los chorros de viento que sesgan tu percepción de un mundo que ha perdido para ti todo el misterio que una vez pudo tener. Has partido los esquemas, has tratado de huir de la normalidad y ahora es ella la que te persigue intentando persuadirte de que no eres nadie más, nadie mejor que el resto, nadie que merezca el privilegio de pensar por sí mismo o de sentir algo que no venga en un diccionario, nadie que pueda evadirse y no forme parte de la burbuja. Absolutamente nadie.