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Muchas veces, a lo largo y ancho de todas las divagaciones sonámbulas que hacemos los humanos por todos los pequeños espacios del mundo que sentimos que nos pertenecen, nos encontramos de frente con algo (o alguien) grande. Grande que te envuelve todo lo que tú eres y te enseña todo lo que no; que te obstruye cada pensamiento a su favor y ni te das cuenta pues estás totalmente abstraido en esa idea de persona que parece ser redonda y perfecta.
Pero aun cuando estás descubriendo todo lo bueno que puede ser, el suelo se abre ante tu mirada estupefacta y esa perfección cae por su propio peso, como si nunca hubiera tenido materia suficiente como para quedarse en el lugar correcto, el cual parecías ser tú.
Entonces, desconcertado, observas como todos tus rincones empiezan a llenarse sin querer de algo mejor, algo diferente, algo realmente extraordinario. Caes en la cuenta de que las convicciones que parecen ser firmes, pueden ser derrotadas en menos de un segundo por eso que se parece un poco más a ti, razón suficiente para desear no volver a mirar atrás. Razón con la que se ha de lidiar a partir de ese momento, la necesidad y la entrega hacia lo que creías improbable pero se presenta tan tangible que da miedo hasta acercarse.
Y sin saber si en algún lugar reposa paciente lo verdaderamente excelente...