Donde anida la tristeza, donde mi espalda reposa con firmeza,
aquel pobre escalón de un piso cualquiera, a donde nadie nunca llega.
Con la cadena atada a un pie, permitiendo un ligero movimiento
hacia arriba o hacia abajo de esta insomne escalera.
Siempre fiel a ella, el punto de retorno por excelencia,
el abrazo de un cuadrado de madera hecho para la espera.
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