La caída es abrumadoramente vertiginosa en días como estos. Alguien se cuela en tu cabeza y no eres tú. Tanto tiempo dibujando sobre la realidad es cansino, y es humanamente difícil intentar ahuyentarse de lo que se avecina. Es como pensar que el vacío es redondo y está situado en un lugar concreto, al que a veces acudes, pero en realidad escapa a cualquier definición y se asoma a todas horas. Ninguno vamos a ningún lado, salvo más cerca o más lejos de nosotros mismos; escapamos desnudos y los que escribimos guardamos el desastre para crear una bonita historia. El lenguaje se vuelve puntiagudo, casi febril, y nos hace agujeros en la piel, y siempre se harán más grandes, como las caries, y no puedes ignorarlo. Esa sensación de saber quién va a ganar, sea el juego que sea, y nunca eres tú. Nos extinguimos un poco en días como esos y huimos de los corazones que creemos no merecer, destrozándolo todo con miedo. Y ya nunca podemos volver a ser lo que hemos sido, ni siquiera en nuestra sola presencia. La fricción va dejando unas grietas, que a mí ya no me da pena estar al margen de todo eso que llaman 'mundo', ni sentir que soy muy tarde, ni amontonar cartas que no saldrán de mis fronteras, ni tener que sujetarme los huesos con las manos, ni que la gente olvide lo importante mientras yo lo tenga claro, ni permanecer muda cuando quiera hablar en nombre de una ilusión, ni la imposibilidad de responder ciertas preguntas que nacen en la sombra que asumo escrita para el resto de mis días.

1 comentario:

Laura dijo...

Preciosa entrada ;)