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Ando sumergida en burbujas de oxígeno que llaman realidad, tratando de encontrar y con pretensiones de delimitar la relatividad. Quizá incluso, si alcanzo mi objetivo, esconderla en la mano izquierda tras la espalda.
No tacho de mentirosos a aquellos que me han hecho creer que los horizontes eran infinitos y que las nubes desaparecerían, pero esas personas que han dejado de plantearse ciertas cosas mirando al cielo insisten desesperados contra mi terca voluntad en que ese punto que mi ojo capta al fondo es hasta donde puedo llegar y la evidencia contraataca haciendo que las nubes de tormenta siempre vuelvan, siempre.
No se sabe bien por qué, ni está claro cuándo o cómo, acaba apareciendo dentro de toda esta ebullición de relatividad un halo de claridad. Por razones insospechadas, el corazón decide por sí mismo y emprende su camino tras algo, una búsqueda que queda suspendida entre dos puntos borrosos y difuminados. Si éstas razones no se comparten, el corazón se aflige pero no se rinde, porque ha fijado un punto en el infinito. Incluso con nubes de tormenta.
En mi búsqueda, por el momento tan sólo encontré que la relatividad es relativa. Que no siempre es susceptible de ser planteada, porque en ocasiones es brutalmente aplastada por otras evidencias, que no son relativas y, por tanto, deberían ser el motor de nuestra propia búsqueda de horizontes nuevos que no sean tachados de inexplorables por aquellos que se han cansado de soñar.

1 comentario:

la chica del ático dijo...

Es un error dejarse arrastrar por esos ojos de mirada plana, que un día dejaron de soñar.Es un error y tremendamente dificil, a veces lo inundan todo de frases contrastadas y sentimientos experimentados.

Mis horizontes siempre parecen más claros de noche, cuando pierden fuerza sus versiones. Y de día (con la fuerza acumulada) a nadie le permito que me diga que hago castillos en el aire.